Comentario al Evangelio del martes, 12 de diciembre de 2023
Miguel Tombilla, cmf
Una vez los “pequeños” son los protagonistas de una narración de Jesús. Pequeños, en este caso, perdidos o extraviados u olvidados. Las matemáticas de Dios tercamente siguen apostando por la desproporción, por la pérdida (la tilde está bien puesta): una por noventa y nueve no sale a cuenta. Puede ser una pérdida asumida para cualquier empresa, incluso para bastantes instituciones (quizás también las nuestras), pero para la dinámica del Reino no lo es.
Es cierto que las otras noventa y nueve ovejas se quedan a buen recaudo en el aprisco, que nos imaginamos que estarán bien atendidas, pero el pastor, el buen pastor, sale a buscar a la que está perdida y deja a las otras. Nos imaginamos que la búsqueda es costosa, que no es sencilla. Tampoco sabemos las razones de esa pérdida, si ha sido un despiste, un error o se ha querido ir y perderse, abandonar el rebaño. Lo único seguro es que el pastor sale, la encuentra y se alegra infinitamente. El relato llega a decir: “se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado”. Y esto nos remueve por dentro, incluso nos escandaliza. Se parece mucho a tantos relatos evangélicos en los que los queridos por Jesús son los que nosotros creemos que menos se lo merecen. Casi todos son “pequeños” que el de Nazaret defiende, busca, sana, salva, reintegra y, en resumen, ama. Y no solo por él, sino porque es la voluntad del Padre (yo creo, no sin miedo a equivocarme, que también es la voluntad del Espíritu)