Comentario al Evangelio del martes, 13 de junio de 2023

Fecha

13 Jun 2023
Finalizdo!
José M. Vegas cmf

El “sí” de Dios y el “amén” humano

Jesús no confirma con sus palabras una clásica comprensión del cristianismo y de la religión en general, según la cual las buenas obras son la condición del “premio” de la salvación, eso que clásicamente hemos llamado “ir al cielo”. Al contrario, Jesús nos viene a decir que lo que consideramos un premio, es, en realidad, un don y un don que ya hemos recibido: el cielo viene a nosotros. No nos dice Jesús que, si hacemos esto o lo otro, seremos luz y sal, sino que ya somos sal de la tierra y luz del mundo.

De hecho, la luz es lo que ven otros al mirarnos, y la sal lo que saborean al gustar o valorar nuestra vida. Y es que si confesamos nuestra fe en Cristo (y confesar significa proclamar públicamente, testimoniar), estamos anunciando verdades y valores que los que nos escuchan y contemplan esperan ver reflejados y encarnados en nuestro modo de vida. Hemos recibido un don, pero con él una responsabilidad, una misión. La fe en Cristo no es una cuestión privada, del fuero interno, sino un don recibido para compartirlo.

Esto es lo que explica que los pecados de los cristianos (pensemos en el tristísimo ejemplo de los abusos sexuales) se agranden y publiciten mucho más que esos mismos pecados de personas pertenecientes a otros grupos sociales. Será una injusticia objetiva esa sobreexposición, pero es la consecuencia de las grandes expectativas que despierta nuestra confesión de fe, incluso entre aquellos que no la comparten o hasta la combaten. Es consecuencia de la gracia recibida, que nos convierte en luz que ilumina y señala el camino que conduce a Dios (Jesucristo), y sal que conserva la vida, la preserva de la corrupción y, además, le da sabor. Pero, si la luz se esconde y no ilumina, ¿para qué se enciende? Y si la sal se vuelve sosa, se tira y es pisoteada. Jesús nos advierte de la posibilidad de malbaratar la gracia, y nos recuerda, una vez más, que el don va aparejado a una responsabilidad, a un misión, para que esa gracia alcance a muchos otros. Ya somos sal y luz, pero tenemos que vivir en consecuencia si no queremos frustrarlos. Es decir, tenemos que responder a la gran gracia de la bienaventuranza de haber conocido a Jesús y creído en él con un modo de vida acorde con el Evangelio, para que todos vean nuestras buenas obras y den gloria, no a nosotros, sino a nuestro Padre que está en el cielo. Como nos recuerda Pablo, Dios nos ha dado un “sí” incondicional, al que no podemos responder más que con un “¡Amén!” que abarca toda nuestra existencia.

José M. Vegas cmf

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