Comentario al Evangelio del Martes 15 de octubre de 2024
Una cuestión de miradas
Se cuenta una leyenda de un anciano que se pasaba horas ante el Sagrario. El párroco un día tuvo curiosidad y le preguntó qué hacía, decía o pensaba en todo ese tiempo. El viejo contestó sencillamente: “Él me mira y yo le miro”. Nada más amoroso que el sentarse en silencio y mirarle sin más. Viene esta leyenda al caso al mirar a las lecturas de hoy. En la primera se dice que no sabemos cómo orar y que el Espíritu ora en nosotros. Y en el Evangelio se da una palabra clave: permaneced.
Permanecer es algo casi inconcebible en el mundo de hoy. Las cosas son desechables y las relaciones en demasiadas ocasiones transitorias y muy frágiles, Permanecer, algo que parece tan sencillo, es en realidad duro y exigente. Permanecer cuando no se siente nada; cuando las cosas son algo difíciles, cuando hay oscuridad.
Hoy celebramos la fiesta de santa Teresa de Jesús. Con tanta devoción celebra España a santa Teresa que comúnmente nos referimos a ella como la Santa. Frecuentemente se comenta que los escritos de santa Teresa, por el lenguaje de su tiempo y por su densidad mística, son difíciles de entender. Pero hoy se nos ofrece una sencilla palabra de Santa Teresa que entronca con las dos lecturas del día: permanezcan en mí para tener vida. Y nosotros, ¿qué debemos hacer? Dejar que el Espíritu ore en nosotros “con gemidos inenarrables”. Ni siquiera hay que entender… Teresa, en una espléndida sencillez, nos da una receta y solución para ambas cosas: “No os pido más que le miréis”. No es complejo, ciertamente, pero tampoco es algo demasiado fácil. Acallar los sentidos para solo mirar suena un poco aburrido. Queremos actividad, sentimientos, bullicio interior y exterior. Para mirar y dejarse mirar hace falta algo de valentía, porque la luz pone de manifiesto toda la verdad. Hace falta algo de humildad para no pretender hacer y para dejarse dominar por el silencio. Pero no hace falta pensar, ni moverse, ni decir… Y es el mejor diálogo de amor. Y ahí está la gloria del Padre. La permanencia da fruto, porque continuamente se alimenta de la savia de la vid.
Cármen Aguinaco