Comentario al Evangelio del martes, 17 de octubre de 2023
Virginia Fernandez
San Ignacio de Antioquía
Cuando se lleva a cabo una manifestación, los organizadores ponen el mayor énfasis en resaltar el número de personas que acudieron, contando siempre al alza. Los adversarios hacen lo mismo, pero contando a la baja. Así que una misma manifestación puede reunir a medio millón de personas según los propios o a unos miles según los contrarios. Es lo habitual.
Cuando voy a una Misa un día no festivo, por lo menos en las iglesias más cercanas, lo asistentes pueden oscilar entre los quince y, en el mejor de los casos, los cuarenta. De modo que en el Santo, (el Sanctus "Santo, Santo, Santo" la más importante de las aclamaciones que la asamblea canta -más bien recita- con el propósito de avivar el entusiasmo, clamar con alegría, dar gracias y alabar a Dios) unas voces tímidas, bastante envejecidas en general, se oyen sin dar mucha sensación de júbilo. Si se tratara de una manifestación sería un fracaso sin paliativos. A veces tengo esa impresión. Y, sin embargo… Me contaron hace poco de una mujer que, en una sesión de pastoral para adultos, comentaba exultante el gran descubrimiento gozoso de que a las voces de su pequeña asamblea se unían “los coros de los ángeles” y que la pequeña asamblea estaba reunida en “comunión con toda la Iglesia”, que incluye a todos los santos, (canonizados y anónimos). Exitazo total y lleno hasta el tope, en una Misa de un día no festivo. No es ingenuidad, a mi parecer, es la fe de creer lo que no vemos con una total certeza, entrando con asombro en la realidad misteriosa de la comunión de los santos en la Iglesia.
Celebramos unidos a los ángeles y a todos los santos. Y entre la multitud, hoy destaca San Ignacio de Antioquía. Uno de los primeros mártires, venerado desde el primer siglo de nuestra era y del que se conservan muchos escritos y datos biográficos. Lo más conocido es ese fragmentos de una carta: “Dejadme que sea entregado a las fieras, puesto que por ellas puedo llegar a Dios. Soy el trigo de Dios, y soy molido por las dentelladas de las fieras para que pueda ser hallado pan puro”.
De alguna manera, podemos aceptar y soportar los sufrimientos de la vida en sintonía con los mártires. No siempre los sufrimientos proceden de la persecución por seguir a Cristo, pero siempre podemos presentarlos ofreciéndonos como Trigo de Dios para ser hallados “pan puro” y unirnos al coro de alabanza.
Virginia Fernandez