Comentario al Evangelio del martes, 19 de diciembre de 2023
Miguel Tombilla, cmf
Un día más, en este adviento, nos encontramos con otro ángel. En este caso Gabriel que vuelve a llevar buenas noticias a quienes ya habían perdido una gran esperanza. Zacarías el sacerdote, acostumbrado a estar en medio de lo sagrado, por lo menos de lo sagrado externo. Haciendo su turno de culto le sorprende Gabriel que irrumpe, como todos los mensajeros de Dios, sin pedir permiso. Entre el incienso y el miedo el viejo sacerdote logra entrever la buena nueva que se le dirige (a él y a su mujer, aunque no esté presente): van a tener un hijo.
Un hijo especial (como lo son todos los hijos para sus padres). Alguien que convertirá corazones, que preparará a muchos para la llegada del Mesías, que se llenará de Espíritu Santo… Alguien especial, pero también solo el encargado de anunciar.
Zacarías, el que se mueve en lo sagrado, el que vive de lo sagrado, no acierta a creer al mismo Dios. Por ello se va a quedar mudo. Pierde la capacidad de decir, de nombrar. Su mudez será la evidencia de su sordera interior, de su increencia en que lo sagrado se manifiesta por palabras sencillas y por acciones inesperadamente hermosas. El sacerdote del turno de Abías, casado con mujer Isabel, descendiente del mismo Aarón, padre del Bautista, pierde la palabra porque no se espera que Dios rompa sus esquemas totalmente lógicos en su edad avanzada. Y una vez más el Dios de la vida saliéndose por la tangente de lo ordinariamente extraordinario de un niño que va a nacer, aunque ya no sea esperado.