Comentario al Evangelio del Martes 22 de Abril de 2025
A veces me he preguntado si Dios ha hecho estudios no de marketing sino de anti-marketing. Porque realmente no se vende nada bien. Vamos por el segundo día de la octava de Pascua. Los evangelios de estos días nos ofrecen los relatos de las apariciones, es decir, de cómo Jesús se fue haciendo el encontradizo con su gente para devolverles la esperanza después de aquella semana terrible que había culminado con su muerte en la cruz. Pero no parece que este gran acontecimiento de la resurrección fuese bien planificado por Dios en el sentido de darlo a conocer, de que llegase a la mayor cantidad de gente posible. Más bien, lo contrario.
En el texto de hoy la protagonista es María Magdalena. Otra vez una mujer. Recordemos que el testimonio de una mujer no era válido en los tribunales de aquellos tiempos. En la práctica eso significaba que las opiniones de las mujeres no eran tenidas en cuenta. Así de sencillo. Ni en los tribunales ni fuera de los tribunales. Las mujeres eran consideradas como gente inferior. Pues Jesús se empeña en aparecerse a una mujer y precisamente a María Magdalena, que la tradición nos ha pintado siempre como una prostituta. ¿Qué valor podían tener sus palabras?
Además, parece que Jesús no es plenamente reconocible. María le confunde con el hortelano. Y María conocía bien a Jesús. Y le quería mucho como demuestran sus lágrimas. Menos mal que hay un momento de encuentro. Aquel “María” de Jesús hace que sus ojos se abran y le reconozca. Con los ojos y, más importante, con el corazón. No sólo eso. Le encarga que vaya a comunicar a sus otros discípulos que ha resucitado, que está vivo y que la relación con Dios, su Padre, su Abbá, no solo no se ha perdido con su condena y muerte en cruz sino que se ha reforzado.
¡Una mujer para comunicar mensaje tan importante! Realmente el marketing no es la especialidad de Dios. Pero también es verdad que nos habríamos perdido estos encuentros tú a tú con Jesús, capaces de transformar la vida de las personas. ¿Por qué no hacemos la prueba y dejamos que Jesús nos llame por nuestro nombre y que su voz nos llegue al corazón?
Fernando Torres, cmf