Comentario al Evangelio del martes, 23 de junio de 2020
Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
CONSEJOS SABIOS PARA EL CAMINO DEL REINO
Tres consejos o mensajes, que forman parte del Sermón del Monte:
§ El primero recoge la experiencia del propio Jesús. La perla o el tesoro escondido (el Reino) no se puede ofrecer a cualquiera. Hay a quienes sólo les servirá de motivo de escándalo, de rechazo e incluso de violencia. Una parte de los judíos, bloqueados por sus ideas previas sobre Dios y la Escritura fueron incapaces de valorar la piedra preciosa del Reino. Y la emprendireon con Jesús.
Las primeras comunidades (cuando se escribió este Evangelio) tenían experiencia de persecuciones y ataques, y era necesario ser muy cuidadosos con lo que se decía fuera de ellas. Hay acontecimientos, misterios, experiencias que no entiende (ni le importan) a una persona de fuera. La discreción y la prudencia son indispensables.
Pero también se puede entender este consejo desde la práctica de iniciación de los primeros tiempos, cuando había todo un proceso catecumenal antes de que los candidatos se integraran plenamente en la comunidad. No había «prisas». Escribió San Juan Crisóstomo: «Si cerramos nuestras puertas antes de celebrar los misterios y excluimos a los no iniciados es porque hay todavía muchos que están demasiado poco preparados para poder participar en estos sacramentos». Hay que tener en cuenta la capacidad de escucha y las disposiciones de aquellos a quienes se les anuncia el Reino y no precipitarnos al compartir con ellos nuestros tesoros. Es un buen criterio pastoral ¿o no?
§ El segundo se refiere al trato con los otros. En el fondo es una variante del viejo principio ético universal: «Amarás… como a ti mismo». Cada cual quiere para sí mismo lo mejor. Pues lo mejor es lo que tenemos que querer y procurar para los demás. Y eso, siempre, con todos, se trate de quien se trate y se haya portado con nosotros como se haya portado. Siempre está presente la tentación de dejar de ser generoso, amable, acogedor, etc con quien nos ha tratado mal, aunque nosotros hayamos sido maravillosos con ellos. Nuestra opcióny principios no pueden cambiar, condicionados por lo que recibimos a cambio. Es aquello de nuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre malos y buenos, justos e injustos. Lo que todos necesitamos siempre: La ternura, la cercanía, el perdón, el reconocimiento, el ser aceptados y queridos tal como somos, es el camino para el encuentro con el otro, sea quien sea y se porte como se porte. Empezando por los más cercanos, claro… pero sin quedarnos ahí, porque «si amáis a los que os aman, qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los pecadores?» (Mt 5, 43-48).
§ El tercero usa el símbolo de «la puerta estrecha». Voy a permitirme citar a D. Bonhoeffer en su libro «El precio de la gracia»:
El camino de los seguidores es angosto. Resulta fácil no advertirlo, resulta fácil falsearlo, resulta fácil perderlo, incluso cuando uno ya está en marcha por él. Es difícil encontrarlo. El camino es realmente estrecho y el abismo amenaza por ambas partes:
+ ser llamado a lo extraordinario, hacerlo y, sin embargo, no ver ni saber que se hace…, es un camino estrecho.
+ Dar testimonio de la verdad de Jesús, confesarla y, sin embargo, amar al enemigo de esta verdad, enemigo suyo y nuestro, con el amor incondicional de Jesucristo…, es un camino estrecho.
+ Creer en la promesa de Jesucristo de que los seguidores poseerán la tierra y, sin embargo, salir indefensos al encuentro del enemigo, sufrir a injusticia antes que cometerla…, es un camino estrecho.
+ Ver y reconocer al otro hombre en su debilidad, en su injusticia, y nunca juzgarlo, sentirse obligado a comunicarle el mensaje y, sin embargo; no echar las perlas a los puercos…, es un camino estrecho. Es un camino insoportable.
En cualquier instante podemos caer. Mientras reconozco este camino como el que me es ordenado seguir, y lo sigo con miedo a mí mismo, este camino me resulta efectivamente imposible. Pero si veo a Jesucristo precediéndome paso a paso, si sólo le miro a él y le sigo paso a paso, me siento protegido. Si me fijo en lo peligroso de lo que hago, si miro al camino en vez de a aquel que me precede, mi pie comienza a vacilar. Porque él mismo es el camino. Es el camino angosto, la puerta estrecha. Sólo interesa encontrarle a él.
Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf