Comentario al Evangelio del martes, 24 de marzo de 2020
José Luis Latorre, cmf
Queridos.
Las lecturas de hoy nos ofrecen dos imágenes muy hermosas: el torrente de
agua cada vez más abundante que mana del santuario de Dios y que a su paso
todo lo transforma en vida, y la piscina de Siloé que cura a los enfermos
que pueden sumergirse en ella. Dos imágenes que simbolizan la
sobreabundancia de vida que procede Dios y de Jesús, el Hijo de Dios.
El Evangelio nos presenta a un paralítico que es curado treinta y ocho años
después por el poder de la Palabra de Jesús y no por haber entrado en la
piscina. Este hombre se curó por haber entrado en contacto con el Señor; y
le curó de la parálisis y de algo peor “el pecado” que nos desconecta de
Dios y de su proyecto, y es causa de otras parálisis personales: el
egoísmo, el odio, el rencor, la envidia, la injusticia… que nos destruyen
como personas.
Cuando Jesús sale al encuentro del paralítico se interesa primero por su
voluntad “¿quieres?”. Después pronuncia su palabra
poderosa que le pone en pie. Dios, en Jesús, se ha acercado a los enfermos,
ciegos, cojos, paralíticos, a los deseosos de sanar, de caminar, de
anunciar, de cuestionar el mundo que los quiere postrados. El hecho de que
Jesús ordene al paralítico curado que cargue con su camilla en sábado lo
introduce en un ámbito nuevo, en el que lo importante no es saber qué
trabajos puede hacer en sábado, sino liberar a las personas de todo aquello
que les paraliza y les impide ser felices y vivir con dignidad y libertad.
Por eso Jesús se opone con fuerza y valentía a que el pecado, las críticas
o la legislación lo bloqueen en su proyecto de vida, de resurrección y
salvación.
Al hombre de hoy, y de siempre, sentado en los límites de la esperanza sin
poder comprometerse con la vida, desilusionado de los demás y con
frecuencia también de la religión, es al que Cristo viene a buscar allí
donde se encuentre, paralizado por el sufrimiento, el pecado o por las
distintas circunstancias de la vida. A este hombre Jesús le pregunta
sencillamente “¿Quieres curarte? Y si como el paralítico
le dice “Señor, no tengo a nadie que me eche una mano”, oirá de
Jesús “Levántate y echa a andar”. No son los ritos vacíos
o alguna agua milagrosa la que cura, sino el poder de la Palabra de Jesús
que recrea, rompe las ataduras que nos aprisionan, y sobre todo nos libera
del pecado y sus consecuencias. Jesús en el corazón del hombre es “el surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”, como
él mismo le dijo a la Samaritana. La presencia de Jesús transforma el
corazón de las personas y las hace vivir con ilusión y esperanza. Por eso
el hombre vive en plenitud cuando Dios está en él.
José Luis Latorre
Misionero Claretiano