Comentario al Evangelio del martes, 7 de febrero de 2023
Severiano Blanco, cmf
Queridos Hermanos:
Algunos lectores del Génesis, observando que Dios declara que las hierbas y semillas servirán de alimento, mientras que de los animales no dice otro tanto, han querido entender que por naturaleza el hombre debiera ser vegetariano. Los rebuscamientos son siempre arriesgados. Lo que el Génesis enseña con seguridad es que el hombre no debe dar culto a la tierra y lo que contiene, sino ser dueño de ello, o al menos guardián, como se dirá en el capítulo siguiente.
El autor del Génesis, varios siglos antes de nuestra era, está liberado de todo fetichismo, tiene una mentalidad “sanamente secular”. Nada es divinizado por él, excepto, en cierta medida, el hombre mismo; éste es imagen de Dios, porque tiene inteligencia y voluntad (no por emanación, parecido físico, etc.) y porque es señor de lo que existe a su alrededor: “someted”, “dominad”, “os servirá…”. ¡Qué buen correctivo para unos tiempos en que, contradictoriamente, junto a la increencia crecen los fetichismos, animismos y tabúes! La divinización del cosmos, esperanza de los cristianos (“Dios lo será todo en todo”: 1Cor 15,28; cf. Rm 8,21), es de otro orden.
Jesús participa de esa mentalidad “secular”: las cosas materiales no son portadoras de impureza o pecado. Lo exterior puede ser signo de algo interior, pero puede también estar vacío. La práctica de restregar bien vasos y ollas es en sí misma indiferente; pero se convierte en algo negativo, malo, cuando se toma por un acto de religión o de ética que acalla otras llamadas más profundas.
El evangelista hace una observación de gran interés, quizá algo caricaturesca: los judíos se purifican bien “cuando vuelven del mercado”. Allí se han rozado con toda clase de gentes, quizá con judíos inobservantes y hasta con paganos, han tocado objetos que no se sabe por quién han sido elaborados, etc.; y el judío “puro” se siente incómodo, por si se ha “contaminado”, y se lava y restriega. Aquí el choque con Jesús es inevitable: él ha superado la distinción puro-impuro (“Vio Dios que todo era muy bueno”), que quizá solo sirve para nutrir orgullo interior y menosprecio del prójimo.
Jesús siente y actúa de otra forma. Como portador de salud (de “pureza”, si se quiere), vive “en salida”, hacia aquello que hay que sanar y limpiar; no le importa “mancharse” él, que la única suciedad peligrosa es la que nos embarra el corazón.
Seamos libres en relación con las cosas; respetémoslas sin que ellas nos dominen. Vivamos libres de temores, que llevamos en nosotros nada menos que la imagen de Dios y participamos de su señorío.
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf