Comentario al Evangelio del miércoles, 10 de marzo de 2021
CR
Queridos hermanos;
En la primera lectura bíblica de hoy, antes de concluir la exhortación, el narrador inserta la noticia sobre las ciudades que Moisés había reservado al oriente del Jordán para que sirvieran de refugio a quienes, sin quererlo, hubiesen matado a un hermano. El fin del asilo en una ciudad como ésta era protegerse de la venganza de la sangre que permitía la ley; si se trataba de una muerte intencional, la venganza debía ser total.
Jesús expone sus enseñanzas frente a la Ley del Antiguo Testamento con las famosas antítesis de Mateo: «han oído que se dijo… pues yo les digo». Jesús habla con una autoridad que está por encima de la legislación antigua.
Jesús reconduce los mandamientos a su raíz y a su objetivo último: el servicio a la vida, a la justicia, al amor, a la verdad. En el centro de esta parte del sermón del monte está el respeto sagrado a la persona y la denuncia contra todo aquello que, aun camuflado de artificio legal, atente contra la dignidad del hombre y de la mujer.
Pero es, sobre todo, en el NO rotundo a la ley del Talión: «ojo por ojo, diente por diente», donde aparece toda la revolucionaria novedad del mensaje de Jesús. ¿No sería imposible una sociedad sin esta ley?
La ley del Talión ha existido en todas las culturas, aunque su cruda aplicación casi haya desaparecido de nuestro mundo actual más civilizado. Pero sigue estando vigente y considerada como necesaria para asegurar una aceptable convivencia humana. Un ejemplo es la pena de muerte.
Actualmente la Iglesia católica se está comprometiendo a fondo para pedir que se suprima la pena de muerte en todas las naciones.
Jesús propone un cambio total en las relaciones de las personas entre sí y con Dios. Este cambio radical sólo podrá partir de la fuerza creadora del amor y será la única respuesta que pondrá fin a tanta violencia. El amor a todos, sin condiciones, tal y como es el amor del «Padre del cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos». El amor no tiene límites, como no tiene límite la perfección a la que el creyente tiene que aspirar: «sean perfectos como es perfecto el Padre de ustedes que está en el cielo». Imitando de esta manera a Dios, podremos crear una sociedad justa, radicalmente nueva.
Quizás tengamos que confesar tristemente que nuestro mundo no está aún preparado para poner en práctica estas palabras de Jesús; pero, precisamente porque hemos tocado fondo en los horrores de la violencia, Jesús invita a sus seguidores a poner en práctica la utopía del amor evangélico como humilde levadura que producirá el cambio. Sólo el amor cambiará el mundo.