Comentario al Evangelio del miércoles, 11 de octubre de 2023
José Luis Latorre, Misionero Claretiano
Queridos amigos.
Comienza el evangelio de hoy diciendo: “Estaba Jesús una vez orando en cierto lugar…” Es Lucas el que más veces nos presenta a Jesús orando. Es una forma de indicarnos la importancia de la oración en la vida de los discípulos. Para Lucas no basta con hacer y escuchar (evangelio de ayer), también hay que orar. Por eso los discípulos le dicen: “Señor, enséñanos a orar”. Y les entregó la oración del Padre nuestro.
En la oración del Señor aparece la bondad infinita del Padre y la limitación de la criatura, menesterosa de todo, desde el alimento al perdón; el esplendor divino que se inclina sobre la pobre condición humana y las nieblas de la vida cotidiana. Aparece todo el camino del hombre, don y tarea, grandeza y miseria, llamado a ser hijo y hermano de sus semejantes, pero al mismo tiempo tentado a responder de forma negativa a Dios.
La oración es el diálogo con Dios Padre, es la conversación amigable y filial del hijo con su Padre; es el encuentro amoroso del hijo con el Padre. Orar es estar en la presencia de Aquel que nos ama con un amor tierno y misericordioso; es compartir con Aquel que siempre nos comprende y está dispuesto a acoger y perdonar todo lo que hacemos mal. Orar es hablar con el “ABBÁ” (papá).
Los discípulos, después de venir Jesús de orar, le dicen: “Señor, enséñanos a orar”. Comprendieron que orar era muy importante para ellos. Se dieron cuenta que también debían imitar al Maestro en esa actitud. Orar no era algo banal y esporádico, sino que formaba parte de las condiciones imprescindibles del seguimiento de Jesús.
Así como hoy el móvil forma parte de nuestro día a día y nos parece imprescindible para vivir comunicados, también no se concibe la vida de un discípulos de Jesús sin oración y esta frecuente y tranquila. La oración es tan necesaria como el aire para vivir. La oración es tan importante para llevar una vida cristiana digna como el pan de cada día para vivir y poder trabajar. Pero la oración como la hacía Jesús “a solas”, es decir con tranquilidad, sin ruido, sin prisa, en silencio y paz. Y hacerla así aunque solo sean cinco minutos.
Esta oración hecha con perseverancia y constancia es como la gota de agua que, cayendo continuamente sobre la roca, la horada. La oración bien hecha tiene el poder de cambiar, transformar y renovar los corazones, y nos da tal fuerza que podemos caminar “cuarenta días y cuarenta noches” (siempre), como el pan que le trajo el cuervo al Profeta Elías extenuado por el camino.
Vuestro hermano
José Luis Latorre, Misionero Claretiano