Juan Carlos Martos, cmf
Queridos amigos y amigas:
El relato evangélico que hoy escucharemos en la Eucaristía es un texto interesante por una razón: Nos permite conocer de primera mano cómo organizaba Jesús sus jornadas y en qué actividades empleaba su precioso tiempo. Desde ese telón de fondo, resaltemos hoy dos recomendaciones evangélicas, prácticas y útiles.
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La importancia de organizar sabiamente nuestro tiempo. Una persona es sabia si sabe combinar en su justa medida las tres relaciones fundamentales: relación con Dios (oración), relación con los demás (servicio) y relación con uno mismo (cuidado). Muchas de las dificultades que se presentan en la vida cristiana se explican por no saber combinar debidamente estos tres espacios. Al descuidar alguna de estas dimensiones esenciales aparecen tensiones: entre la pereza o el activismo, el aburrimiento o el estrés, la apatía o la adicción… Como decía Baltasar Gracián: “Lo único que realmente nos pertenece es el tiempo. Incluso aquel que nada tiene, lo posee”. Su administración depende de cada uno. Cada día tiene 24 horas y no podemos añadir más horas a nuestro antojo. Sí podemos sacarle más partido si lo administramos como Jesús: priorizando lo esencial, eliminando lo superfluo o perjudicial y ordenándolo desde los criterios de la caridad inteligente. Es tan importante el descanso como la alimentación personal, la propia formación como el servicio, el trabajo como la oración, el cultivo de la amistad como la soledad, el cuidado del cuerpo como la contemplación de la belleza…
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El valor que le da el Señor a la salud. Como prueba este evangelio, Jesús empleaba la mayor parte del día en recibir, acoger y curar enfermos. La salud era una de las grandes preocupaciones de la gente, de las de antes y de las de ahora. También lo fue de Jesús, que era sanador y terapeuta más que curandero. En estos tiempos de pandemia, se hace más llamativa esta actividad de Jesús, no como en circunstancias “normales” en que nos pasa más desapercibida o la reducimos solo a lo milagroso y espectacular. Curar era lo habitual en la praxis de Jesús. Bien queda reflejado en la curación de la suegra de Pedro o en las acciones sanadoras realizadas con enfermos y poseídos. Cura a las multitudes, dice el texto exagerando un poco, pero se acerca también a una persona enferma. Lo grande y lo pequeño. Lo universal y lo personal. Que este perfil terapéutico de Jesús despierte en nosotros tres objetivos básicos: El natural deseo de cuidarnos, la ejemplar fatiga de cuidar de los demás -especialmente de los vulnerables- y la dificilísima decisión de dejarnos cuidar.
Vuestro hermano en la fe
Juan Carlos Martos cmf