Comentario al Evangelio del miércoles, 16 de septiembre de 2020
CR
Queridos amigos:
Jesús de Nazaret y Juan el Bautista, frente a frente. El Bautista inquiere: “¿Eres tú?”. Jesús apela a sus obras: “Contad a Juan lo que habéis visto: los ciegos ven y los pobres escuchan la buena noticia”. Y sigue la división de opiniones. Todos, también los publicanos, acogen a Juan; mientras, los fariseos y doctores de la ley rechazan su bautismo. También aquí, el Bautista es precursor, se convierte en signo de contradicción.
Así las cosas, Jesús, tan buen pedagogo, pasa a la imagen, a la parábola del juego de niños. Un grupo de niños cantan y danzan; otros entonan lamentaciones tristes. Ambos grupos, a la vez, no quieren participar en el juego y se recriminan mutuamente: “no danzáis”, “no lloráis”. Hasta aquí, la imagen. Jesús aterriza. Vino Juan, el austero, hirsuto y asceta, y los jefes religiosos le dan de lado. Viene Jesús, que come y bebe con todos, que viste bien, y le menosprecian como comilón, borracho y amigo de la gente mala.
Lo dice la gracia popular: “Ni para mí ni para mi amo”, “Ni contigo ni sin ti”, “Ni p`alante ni p`atrás”. Hay personas que se instalan en las “pegas”. Aducen mil razones especiosas, escudriñan mil pretextos para justificar sus pocas ganas de participar, de compartir, de hacer, codo con codo, con los otros. Les gusta etiquetar a personas y proyectos: es demasiado rancio o modernista; es muy radical o laxo; es un devoto en exceso o un laico impenitente. Es decir, se va endureciendo el corazón de cara a Dios y de cara a los demás. En este corazón rebotan todas las palabras, todos los argumentos, todos los sentimientos. Cómo podemos ver esta experiencia en la saña de los enemigos de Jesús; los milagros son cosa del demonio, sus palabras son blasfemas. Todo se tergiversa. Ocurre lo mismo con Papa Francisco: su cercanía es populismo, su palabra clara es poca hondura intelectual, su libertad es temeridad. Da la impresión de que hiere la presencia de personas buenas… ¡porque nos dejan en evidencia!
Desde otro ángulo, podemos preguntarnos: y nosotros, ¿estamos más cerca de Juan o de Jesús? ¿Nos van más las lamentaciones de los niños, la austeridad, el sacrificio, las normas y prohibiciones o la danza y canciones de los otros niños, de Jesús? Para algunos, predicar la felicidad es quedarse en una religión light, mientras predicar el rigor es ser fiel a la cruz. ¿Pero no dijo Jesús que no debemos ayunar, mientras está “el novio” con nosotros?