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Queridos amigos:
Ayer y anteayer nos fijamos en los textos de los Hechos de los Apóstoles. Dejamos el evangelio de Juan. Hoy vamos a fijarnos en las dos lecturas.
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Lo que le sucedió a Pablo en el Areópago de Atenas ha sido objeto de muchos análisis. Se pone como un ejemplo típico de diálogo entre la fe y la razón, o entre el helenismo y el cristianismo. Algunos, incluso, se han atrevido a retraducirlo a la situación presente. El lugar en el que Pablo evangeliza (el “areópago” de Atenas) se ha convertido en un símbolo. Por eso hoy hablamos de “nuevos areópagos” para referirnos a los nuevos ámbitos de evangelización. ¿Qué es lo que descubrimos en este relato? Que hay –como en el de ayer– una maniobra de aproximación, un intento de diálogo y un desenlace abierto. Ante el mensaje de Pablo se producen tres reacciones: tomarlo a broma, considerarlo una fantasía, aceptarlo con fe (Algunos se le juntaron y creyeron). Podríamos decir que, desde el punto de vista pastoral, la estrategia de Pablo es impecable. Y, sin embargo, no hay un nexo causal entre buena estrategia y éxito. La fe es algo más que el producto de un buen “marketing”.
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El evangelio de Juan, que a lo largo de estos días nos va ofreciendo una catequesis sobre el Espíritu Santo, nos ayuda a entender qué sucede para que creamos o no creamos. Hay cosas con las que no podemos cargar por ahora. No todos los momentos de nuestra vida son los adecuados para la experiencia de la fe. Incluso lo que a veces consideramos “estar lejos” (dudas, abandonos, etc.) tiene un significado preparatorio en el itinerario de Dios. Por otra parte, el salto del creer sólo es posible por la acción del Espíritu, que es nuestro pedagogo: El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena.