Comentario al Evangelio del Miércoles 23 de Abril de 2025
Hace unos años asistí a una boda. Los novios provenían de un grupo juvenil de una parroquia y allí estaban todos sus amigos. La celebración fue muy bien no solo porque el cura lo hizo bien, sencillo, cercano y breve, sino porque la participación de la comunidad en sus cantos, en sus respuestas, en su forma de estar fue muy alta. Recuerdo que a la salida uno de los familiares del novio, que no era de mucha misa, dijo que a él le gustaría que su boda fuese así. Estuvo muy claro que la celebración no fue un rito estereotipado sino una verdadera celebración, llena de calor humano y de espíritu. Fue una comunidad viva que celebraba en presencia de Jesús el amor y compromiso de los novios.
Viene esto a decir que, desgraciadamente, muchas de nuestras celebraciones sacramentales son frías y faltas de vida. Nada que ver con este texto del evangelio de hoy, el relato de los discípulos de Emaús, que si no es la descripción de una eucaristía de los primeros cristianos le falta muy poco. Leo el texto y me imagino aquellas primeras comunidades que, sin muchas alharacas ni inciensos pero llenos de fe, se reunían en la casa de alguno de ellos, recordaban las palabras de Jesús, las comentaban, se animaban unos a otros y compartían el pan y el vino, como había hecho Jesús en la última cena (y en tantas otras comidas de Jesús con los que le seguían, con los pecadores…). En aquellas celebraciones había pocas normas y mucha vida, mucha fe, mucha comunión. Y eso es lo que da verdadero valor a la celebración.
Dice el texto de Lucas que los de Emaús reconocieron a Jesús al partir el pan y que fue entonces cuando se dieron cuenta de cómo ardía su corazón mientras que les hablaba por el camino y les explicaba las Escrituras. Eso nos habla de la presencia real de Jesús en medio de la comunidad que celebra. Sin una comunidad viva, la Eucaristía se nos convierte en un rito sin mucho sentido o una devoción más. Y no es eso.
Quizá tendríamos que repensar nuestras Eucaristías y cómo las celebramos. Y cada uno pensar en cómo participamos. No se trata de que el cura lo haga mejor o peor. Por muy bien que lo haga sin una comunidad viva y celebrante…
Fernando Torres, cmf