Comentario al Evangelio del Miércoles 25 de Diciembre de 2024. Navidad
Todo llega. Después de las cuatro semanas de Adviento, hoy celebramos la Navidad y echamos la casa por la ventana. La Iglesia se nos llena de blanco, de flores, de cantos de alegría. Hasta nuestras calles y nuestras casas están adornadas de mil maneras. La tradición de cada país ha sido riquísima en formas. Hasta muchos de los que no creen en Dios en el mundo occidental se dejan llevar por la alegría de esta celebración. Es una fiesta emotiva y familiar. Es una fiesta que a muchos les toca el corazón. Y eso es bueno. No hay por qué despreciarlo, que los caminos de Dios para llegar al corazón de las personas son muchos y muy variados.
Pero quizá conviene que nosotros los creyentes hagamos el esfuerzo de atravesar las capas más superficiales de esta fiesta, que no nos dejemos engañar por las apariencias ni por las lucecitas ni por las bolas de colores. Y que vayamos a lo más central de esta celebración que recuerda un momento decisivo en nuestra historia. Porque esto que llamamos Navidad sería casi mejor que lo llamásemos la fiesta de la Encarnación. Hacemos memoria de la entrada gloriosa de Dios en nuestro mundo, cuando se hizo uno de nosotros, uno de nuestra carne y sangre, cuando nos demostró que no le somos indiferentes sino que su amor es tan grande que se manifestó, se hizo carne, entre nosotros.
Pero conviene que vayamos todavía un poco más allá. Porque siendo importante el hecho, Dios se encarna, también son importantes las circunstancias de la encarnación. No es lo mismo nacer en un palacio que en un estable maloliente y sucio. No es lo mismo ser hijo del rico y poderoso que nacer en una familia humilde y pobre, para los que no hubo sitio en la posada (y para los ricos siempre hay sitio, como sabemos todos). Conviene mirar al belén y desnudarle de todos sus adornos. Porque Dios, nuestro Dios, el Todopoderoso, se encarnó pero lo hizo en la criatura más frágil, vulnerable e indefensa que uno se pueda imaginar: un niño recién nacido. Así se abajó Dios para hacerse uno de nosotros. Se encarnó en todo lo contrario del Todopoderoso, que es como imaginamos a Dios. En Navidad Dios se hizo nada-poderoso. Como nosotros. Eso sí es cercanía y solidaridad. Eso sí es “Dios-con-nosotros”.
Fernando Torres, cmf