Comentario al Evangelio del miércoles, 26 de enero de 2022
Severiano Blanco cmf
Queridos hermanos:
A los santos Timoteo y Tito la liturgia los empequeñece al darles el título anacrónico de “obispos”; no lo fueron como lo es el nuevo obispo de Solsona o el cardenal arzobispo de Milán. Ellos recogieron la herencia apostólica con total inmediatez; les tocó conservar, quizá darle el último toque, el “depósito” recién elaborado. Se aproximan más a la figura del apóstol itinerante que al futuro obispo residencial.
Pablo designa a Timoteo como isópsykhos: “de espíritu idéntico” al mío (Flp 2,20), como “nuestro hermano [suyo y de Silas] y colaborador de Dios en el evangelio de Cristo” (1Tes 3,2), que “trabaja en la obra del Señor igual que yo” (1Co 16,10). En cuanto a Tito, “Dios ha puesto gran diligencia en su corazón”; “¿no hemos procedido él y yo según el mismo espíritu, caminando por las misma huellas?” (2Co 8,16; 12,18). Por lo mismo pide: “A este tipo de personas tenedlas en gran honor” (Flp 2,29). Hasta aquí son datos históricos; una tradición posterior presenta a Timoteo y Tito como destinatarios de cartas de Pablo (1-2Tim; Tito); es otro modo de afirmar su categoría irrepetible, su papel singular, en cuanto depositarios inmediatos y transmisores fieles del legado apostólico.
Estos personajes significan mucho para la Iglesia de hoy. Ante todo, el auténtico apóstol, como Pablo, no trabaja en solitario, sino en equipo; busca colaboradores con quienes compartir tarea y vivir en comunión; y cuando tiene oportunidad elogia su trabajo, no tiene celos de ellos, sino agradecimiento y hasta auténtico orgullo por su valía. Por otro lado, la Iglesia es “tradición”, es decir, “transmisión”; en el credo confesamos que pertenecemos a la Iglesia apostólica; somos los mismos, ellos como modeladores y nosotros como receptores y también transmisores. Tito y Timoteo eran los que habitualmente recibían encargos y los comunicaban fielmente a las comunidades en formación. Una vez conquistados por Pablo, sobre todo en el caso de Timoteo, no hubo otro horizonte en su vida que el de trabajar por la difusión del evangelio.
En 1Tim encontramos todavía una serie de consejos que admiten actualización. Los bautizados y confirmados somos invitados a refrescar el don recibido; la imposición de manos del obispo (o del presbítero) nos confirió una capacitación “apostólica”, para tomar parte en los duros trabajos del evangelio, que hoy, como entonces, encuentra resistencias para implantarse; el inocente “cachete” en la mejilla nos quiso definir como adiestrados para la lucha, para el combate en favor de la causa de Dios, con un espíritu enérgico y no cobarde…
Actualmente existe en los viejos países de cristiandad mucha propaganda anticristiana; se habla de “cristofobia”. A veces se rechaza el pasado creyente, y la fe es tildada de obscurantismo y de perjudicial al pleno desarrollo humano. Hacen falta “luchadores” por el evangelio, como los quería Pablo en su tiempo, como Timoteo y Tito; luchadores no agresivos, sino practicantes convincentes y testigos no acomplejados. Estamos llamados a pasar por el mundo con la frente alta y con palabra persuasiva, sin encogimiento.
Vuestro hermano,
Severiano Blanco cmf