Comentario al Evangelio del miércoles, 27 de marzo de 2024
Fernando Torres, cmf
Es tiempo de preparar la cena de Pascua. Aquella cena sonaba a despedida, a cierre de una etapa. Jesús y los discípulos debían ser conscientes de que el enfrentamiento con las autoridades religiosas de Israel estaba llegando a un punto de no retorno, a un final que no era deseado pero que se veía como inevitable. Así que la cena iba a ser el último momento de tranquilidad en esa amistad labrada durante los últimos años a lo largo y ancho de los caminos de Judea y Galilea.
Pero como en todas las cenas de familia siempre tiene que haber algún problema, aquí también lo hubo. Había uno de los amigos que había comenzado a dudar del camino que habían hecho con Jesús. Tanto que estaba dispuesto a “facilitar” la detención de Jesús por las autoridades religiosas de Israel.
¿Qué pasaría por la mente de Judas? Como tantas veces pasa con nosotros, seguro que estaba convencido de que hacía lo que debía. Había que parar a Jesús porque se había desviado de su intención original. En la ópera rock Jesucristo Superstar, Judas comienza declarando “Oye, Cristo, yo te quiero pedir / que recuerdes que debemos vivir. / Y ahora sé que la victoria no es posible. / Tus adeptos están ciegos, / sólo piensan en tus cielos. / Te seguí para una gran misión. / Y ahora todo es decepción. / Oye, Cristo, yo te quiero advertir, / que me escuches a mí.” Una vez más, alguien hizo algo que hasta él mismo podía tener la impresión de que objetivamente era algo malo, pero estando convencido de que, por doloroso que fuese, era lo que tenía que hacer, su deber.
No es día para condenar a nadie. Más bien, es tiempo para tratar de comprender a Judas y a nosotros mismos, que casi seguro lo que consideramos nuestros pecados tienen muy poco que ver con el pecado. Y lo que hacemos realmente de malo son aquellas acciones que estamos convencidos de que las tenemos que hacer, que son nuestro deber. Y son las acciones con las que más daño hacemos a los que nos rodean.
Puede que nos resulte muy difícil discernir lo que es nuestra deber en una situación concreta. Pero hay una forma de no equivocarse o de equivocarse menos. Como Dios, es siempre mejor que nos inclinemos del lado de la misericordia, de la paciencia, del perdón, que por lo contrario.