Comentario al Evangelio del miércoles, 4 de marzo de 2020
Edgardo Guzmán, cmf
Queridos amigos y amigas:
El libro de Jonás es una especie de larga parábola cuyo mensaje principal
es la universalidad de la salvación: la misericordia de Dios no se limita
solo a su pueblo elegido, sino que abraza a toda la humanidad. Por segunda
vez, el profeta viene mandado por Dios a la capital del reino asirio:
Nínive, que era una ciudad inmensa. Para anunciar la destrucción de la
ciudad a causa del mal comportamiento de sus habitantes. En la primer
llamada Jonás responde huyendo de la misión que Dios le confía: ¿Cómo puede
un pequeño hombre profetizar la destrucción de una “superpotencia” enemiga
en su propio territorio?
En su calidad de profeta Jonás anuncia la palabra de amenaza y de atención
en nombre de Dios (v.4) y su predicación toca el corazón de los habitantes
de Nínive y del mismo rey. «Los ninivitas creyeron en Dios». Es interesante
notar que el cambio de vida, la conversión brota porque «creyeron en Dios».
El cambio de comportamiento es sostenido por la esperanza de que el
arrepentimiento sincero del ser humano toca el corazón de Dios que ofrece
perdón y reconciliación.
Mientras la gente se reúne entorno a Jesús, él les responde a los que «por
ponerlo a prueba le han pedido un signo del cielo». Jesús rechaza un signo
que apague la curiosidad y la sed de lo sorprendente, en su respuesta deja
intuir su propia identidad divina «aquí hay uno que es más que Jonás». Les
está diciendo que él mismo es el Signo del cielo, el Mesías prometido y
largamente esperado por el pueblo de Israel, pero que ahora no lo reconocen
porque se presenta de un modo muy diverso respecto a lo que la gente
esperaba de él.
Jesús es un llamado viviente a la conversión, como lo fue Jonás para los
habitantes de Nínive, lo sigue siendo él para su comunidad de discípulos.
Jesús huye de los signos que llamen la atención, nos ofrece su palabra y la
misericordia de Dios. En la Cuaresma estamos invitados a no quedarnos en
una práctica superficial de este tiempo, contentándonos con pequeñas
acciones, como especie de “floreros cuaresmales”, para tranquilizar nuestra
conciencia. El llamado a la conversión debe llegar a lo más profundo de
nuestra vida. Ser capaces de descubrir los signos de la presencia del amor
de Dios y responder a ellos con gratuidad. De esa forma comenzará a brotar
en nosotros el deseo de una vuelta sincera al Señor.
Fraternalmente, Edgardo Guzmán CMF
eagm796@hotmail.com