Comentario al Evangelio del miércoles, 4 de noviembre de 2020
Fernando Torres cmf
En la vida hay que echar muchos cálculos. Hay que calcular si con el salario podremos llegar a fin de mes o al final de la semana. Hay que calcular para saber si podremos pagar las cuotas del préstamo que hemos solicitado. Hay que hacer muchos cálculos –lo saben bien padres y madres que van a hacer la compra– para distribuir el dinero, siempre poco, que se tiene en la cartera, entre todas las necesidades de la familia. Muchos cálculos. Pero no todo son cálculos. Hay veces que se trata de darlo todo. En este caso, los cálculos no valen para nada. No hay que hacer sumas ni restas. Hay que darlo todo. Sin más.
Pienso en la pareja que se va a casar. O se entregan uno al otro del todo en el amor o, en caso de que no sea así, no hay verdadero amor. Los que entran en el matrimonio haciendo cálculos, poniendo límites a su entrega mutua, no tienen mucho futuro. Lo más probable es que terminen mál. En el mejor de los casos, terminarán en una especie de acuerdo de no agresión. Pero eso tiene poco que ver con el amor y con lo que es o debería ser un matrimonio: una aventura de dos que se entregan totalmente y sin medida el uno al otro para vivir el amor en plenitud.
Las palabras de Jesús del Evangelio de hoy hablan de esta entrega total y sin medida a la que tiene que estar dispuesto el que sigue a Jesús. Hay que dejarlo todo atrás. En este caso el cálculo es bien sencillo. No hay que gastar mucho tiempo en pensar si esto sí y lo otro no. Mejor no llevar nada en la maleta. Mejor no guardarse una cartilla de ahorros ni una cuenta corriente. Lo que Jesús nos propone es entrar en un mundo nuevo. Lo viejo no vale. Es inútil que pretendamos llevarlo con nosotros. No sirve para nada.
¿Significa esto que el que sigue a Jesús tiene que renunciar a su relación con la familia, con los amigos? La respuesta es no. Lo que pasa es que esa relación se establecerá sobre unas nuevas bases. El Reino lo domina todo. La familia es lugar abierto al mundo entero. Porque la familia de Dios es mucho más amplia que la carne y la sangre. En la familia de Dios entramos todos, sin excepción.
A los que creemos en Jesús se nos pide una entrega total, sin cálculos previos. El que no entra por ese camino que nos ofrece Jesús no conocerá lo que es el gozo del amor, de la fraternidad, de compartirlo todo y sin medida. En realidad, es una suerte de renunciar a todo para ganarlo todo, renunciar a lo que creo que es mío para descubrir que todo es don, regalo, gracia. Jesús nos invita a descubrir que en realidad no hay nada que sea mío porque todo es nuestro, todo es de Dios, todo es regalo inmerecido y gratuito. No se trata de hacer cálculos sino de confiar en que Dios, que es Padre, nos lo dará todo en el amor.