Comentario al Evangelio del miércoles, 6 de diciembre de 2023
Miguel Tombilla, cmf
Jesús una vez más dónde se siente a gusto, en su Galilea de mar abierto, de aires de libertad y fraternidad. Galilea de bienaventuranzas, de curaciones… Allí se encuentra con los últimos que pasan a los primeros puestos, a los del Reino: “tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros”. Todos excluidos por una sociedad que descubría el pecado en muchas de las fragilidades de esa lista de personas y de otras muchas personas que no están en ella. Pureza-impureza, sagrado-profano son los opuestos que limitan la vida de muchos seres humanos y que identifican enfermedad con pecado y pecado con exclusión. Una dinámica perversa que hoy sigue estando algo presente en la actualidad. Jesús cura y reintegra en una nueva realidad que es el Reino y, por eso, la “gente se admiraba”.
Pero por si toda esta actividad fuese poca Jesús aun da un paso más y siente más compasión. Se preocupa por algo que parece que a todo el mundo le pasa desapercibido: esas personas tienen hambre. Y la solución no quiere que sea solo de él, por eso involucra a los discípulos para que dejen de ser meros espectadores. Ellos aportan panes y peces, solo unos pocos, pero todo lo que tienen (como la viuda de Sarepta, como S. Francisco, como tantos otros). Con poco se hace mucho, pero ese poco hay que ponerlo y muchas veces nos cuesta.
Con los panes y los peces se hace eucaristía, alimento que se parte, se reparte y que sacia. Aún más, se desborda hasta tener que recoger las sobras, porque nada se desperdicia en la dinámica del Reino.