Comentario al Evangelio del miércoles, 6 de marzo de 2024
Fernando Torres, cmf
Los cristianos, y los creyentes de cualquier religión, tenemos el peligro permanente de caer en la obediencia pura y dura de la norma. Y, además, cuando nos ponemos en esa línea, la tendencia irrefrenable es la de poner todas las normas a la misma altura, con la misma importancia. Al final, arrodillarse y hacer el signo de la cruz al entrar en una iglesia termina teniendo la misma importancia que perdonar a mi hermano o abrir la mano y compartir con el que está necesitado. Y se nos termina presentando el dilema del que va corriendo porque llega tarde a la misa del domingo y se encuentra con una persona que necesita su ayuda. Y no sabe qué hacer.
Hay otra consecuencia: cómo es mucho más fácil preocuparse por cumplir los detalles pequeños, pues nos preocupamos de eso y se nos va olvidando lo demás. Es como cuando vamos al médico y éste nos receta unas pastillas que hay que tomar cuatro veces al día a horas fijas. Eso es relativamente fácil. Lo cumplimos sin especial problema. Lo malo es cuando el médico nos dice que hay que cambiar de estilo de vida, que hay que comer comida más sana, etc. Entonces su “receta” se nos hace mucho más cuesta arriba. Y preferimos las pastillas, aunque sabemos que no son la solución de verdad.
Los mandatos y normas a que hace referencia el Evangelio de hoy tienen poco que ver con el cumplimiento detallado de unas normas externas: arrodillarse, rezar un número de veces al día. Lo que Jesús nos pide en el Evangelio es que cambiemos de vida, que abramos los ojos y los corazones a la fraternidad. El amor. Amar como él nos ha amado. Ese es el precepto. Esa es la norma. La única norma. La única ley. Todo lo demás es accesorio, secundario, creación nuestra, tradiciones hermosas, que valen en tanto en cuanto nos centran en el mandamiento principal. Pero si nos desvían, si hacen que dejemos de lado lo principal, terminan siendo más ocasión de error que otra cosa. Vamos a centrarnos en lo importante no vaya a ser que seamos como aquel que apuntaba con el dedo a la luna y se quedó mirando al dedo.