Comentario al Evangelio del Miércoles 6 de Noviembre de 2024
Hoy recordamos a San Pedro Poveda y a otros mártires españoles del s. XX de entre la multitud de los que siguieron al Señor hasta entregar la vida. Supieron cargar la cruz.
¿Conocen o han conocido a alguien en cuya vida no se haya dado una cruz? Todos llevamos una cruz que puede ser siempre la misma o diversas en distintos tiempos: no hay existencia humana sin cruz. A veces es tan evidente que queda a la vista de todos: enfermedad, fracaso, pobreza, ruptura, maltratos, traiciones, soledad, desamor… Hay paliativos, pero solo paliativos. La verdadera salvación solo viene de Jesucristo que tomó sobre sí todo sufrimiento, todo dolor, todo fracaso, de tal forma que en sus llagas hemos sido curados.
Algunas cruces están tan ocultas que nadie las ve ni siquiera el que las soporta. Pienso en mi madre que, como todos, tuvo temporadas buenas y temporadas no tan buenas o rotundamente malas y la vimos sufrir y disfrutar según el caso. Pero no le gustaba cocinar y durante más de sesenta años lo hizo prácticamente todos los días, dos veces cada día. Y muy bien además, sin que la oyéramos quejarse (yo sólo lo supe cuando ella era muy mayor). Mi madre, por lo demás, no fue un caso excepcional de abnegación. Muchísimos podrían relatar cosas como esta acerca de sus padres.
“Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío”, dice Jesús. Su exigencia de total desapego nos desconcierta. Es muy difícil “posponer” los afectos de los más cercanos y hasta el amor propio. Pero posponer no es arrancar, es poner detrás y además para Dios nada es imposible. Él nos ha prometido el ciento por uno.
Y cuando pone condiciones para su seguimiento, advierte de que ninguna gran empresa se acomete sin calcular el coste. La empresa es la determinación incondicional de seguir el camino de Jesús. Algo que exige posponer incluso a uno mismo y abrazar la Cruz que nos salva y da sentido a todo sufrimiento. “Jesús al asumir el sufrimiento humano se ha hecho partícipe de todos los sufrimientos humanos. Y esto ha sido posible por el amor infinito de Jesús, y el hombre en la medida que participa de este amor reencuentra su sentido que le parecía haber perdido a causa del sufrimiento” (Carta Apostólica Salvifici Doloris de Juan Pablo II) Participar de ese amor es sencillamente ser discípulo, hacer el camino tras Jesucristo.
Virginia Fernández