Comentario al Evangelio del sábado, 12 de septiembre de 2020
Ciudad Redonda
¿Qué abunda en nuestro corazón?
Sí y no
No es fácil ajustar el equilibrio en nuestra vida. No hemos de ser moralizantes, pero sí que necesitamos bajar al compromiso de cada día. No debemos obsesionarnos en hacer por hacer, en trabajar mucho, pero sí que estará en nuestros fines la fecundidad evangélica. No será nuestro empeño el afán mundano por buscar la imagen de eficacia, pero sí que el Maestro nos invita a dar testimonio, a poner la luz bien alta. No nos debe acosar el pragmatismo, pero sí que es necesario aterrizar, no quedarse en mil razonamientos y en palabras bonitas.
El árbol y la roca
Dos imágenes nos presenta el Señor. El árbol y la roca. De la calidad del árbol será el fruto que produzca. Las zarzas y los espinos no pueden dar higos o racimos. Y lo aplica en seguida. El que sólo bondad alberga en su corazón va despidiendo cosas buenas para todos.
Otra imagen es el edificar sobre roca. La roca es garantía de firmeza, de seguridad, de perennidad. Jesús lo dice de su palabra. Es lo que afirma Jesús de su propia Madre. Solamente el que escucha la palabra evangélica y la lleva a término es el que pone su vida sobre unos fundamentos firmes. Tan firmes que son más fuertes que una crecida gigante del río que arremete. Lo contrario serán palabras y gestos vacíos.
Dar frutos: los frutos del Espíritu
La piedra de toque, la prueba del algodón, será siempre nuestra vida. Lo primero es la vida. Y en cristiano es dar frutos del Espíritu. Quien se acerca a los sacramentos y a la Palabra produce frutos de amabilidad, de bondad, de mansedumbre, de paz. Lo dice el pueblo en el refrán de predicar y dar trigo. Palabras bellas y ricas pueden ser corrompidas en el uso y abuso de las mismas.
Entre las dos imágenes, Jesús se queja del culto formal, vacío, ineficaz. No basta con rezar, con gritar “Señor, Señor”; hasta podría convertirse en antitestimonio. Una acción menos buena no dejará de serlo porque se le peguen palabras como “apostólico”, “pastoral”, “bendición” y hasta “queridos hermanos”. Un arma eficaz contra este culto o formalismo hipócrita nos la enseña hoy San Pablo: comemos el mismo pan y bebemos el mismo vino; de esta manera, podemos vivir bien, vivir en Cristo.
Miremos cuál es la “abundancia de nuestro corazón”. Del corazón brotan los sentimientos y actitudes. Pongamos nuestro corazón junto al corazón de Dios. Cultivemos la bondad de corazón, trabajemos por un “corazón de oro”