Comentario al Evangelio del sábado, 14 de noviembre de 2020
Fernando Torres cmf
Hay parábolas que necesitan ser interpretadas. Los estudiosos de la Biblia han dedicado muchas horas y muchos libros a lo largo de la historia para desentrañar lo que Jesús quiso decir con algunas de esas historias. Pero la parábola de hoy, en principio, no necesita de ese trabajo. Jesús mismo interpreta la parábola para nosotros.
No es que Dios se parezca al juez injusto, que termina por hacer justicia a la viuda no por hacer justicia en sí, lo que debería ser su principal preocupación, sino porque la viuda no le deja tranquilo y le importuna. Lo que dice Jesús es precisamente lo contrario. Si el juez injusto es capaz de hacer eso, qué no hará Dios con sus elegidos, con sus pequeños, con sus hijos e hijas que claman a él día y noche. Eso es así independientemente de que cuando venga el Hijo del hombre se encuentre con esa fe y esa confianza en la tierra. Dios no depende de nuestra fe. Dios es lo que es: absoluto de vida, de libertad y de justicia. Y su ser no se cambia porque nosotros creamos o no creamos en él.
Pero me voy a atrever a interpretar de una manera un poco diferente esa historia de la viuda que importuna el juez hasta consigue que le haga justicia. Me gusta imaginar que Dios se parece un poco a esa viuda pesada, que a tiempo y a destiempo, persigue al juez hasta que consigue que cambie, que haga justicia, que haga las cosas bien, como las debe hacer.
Me gusta pensar que Dios, de muchas maneras, por caminos a veces muy extraños, nos busca y nos sigue, nos persigue, se hace el pesado con nosotros. Hasta que consigue lo que quiere: que descubramos que somos hijos e hijas suyos, que estamos llamados a vivir en el amor, a amar sin límite a nuestros hermanos y hermanas, a perdonar, a reconciliar, a ser misericordiosos como lo es Él. Y que solo por ese camino llegaremos a ser felices, a vivir en paz con nosotros mismos.
No siempre los caminos de Dios son los nuestros. Nosotros conocemos algunos de sus caminos: la iglesia, la palabra de Dios, los sacramentos, la oración… Todos esos son buenos caminos. Dios los sigue muchas veces para encontrarse con nosotros. Pero Dios es más grande que todo eso. Y sumamente libre. Y muy creativo. Capaz de imaginar siempre nuevos caminos para encontrarse con sus hijos e hijas por medios que nosotros no podemos ni imaginar. Dios es un poco, o un mucho, pesado y no ceja hasta encontrarse con nosotros, hasta tocarnos el corazón y curarnos nuestras llagas. Habrá quien no le sepa poner nombre, quien no le reconozca. Pero eso es lo de menos. Lo importante es que el amor de Dios llega a todos los corazones. Sin medida. Sin límite. Porque Dios no deja nunca abandonado a ningún hijo suyo. Por más que nosotros no lo veamos ni lo entendamos. Eso forma parte de nuestra fe.