Comentario al Evangelio del Sábado 15 de Marzo de 2025
La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye a los ignorantes, dice el salmo de la Antífona de entrada en la Liturgia de hoy. La ley del Señor se nos propone como perfecta. Parece razonable confrontar nuestros criterios, nuestros juicios y nuestros actos con lo perfecto. Después en la lectura de la Palabra, con el Salmo 118 decimos “Quiero guardar tus decretos exactamente” para teminar -una vez hecho el propósito- implorando: “tú no me abandones”. Porque ciertamente no basta con la voluntad o el deseo y necesitamos la gracia para ser fieles.
Jesús, como todo judío piadoso, conocía la Ley y los profetas. Los había leido y escuchado en la Sinagoga desde la ceremonia de Bar Mitzvá por la que los varones judíos, al cumplir los 13 años de edad, asumen su responsabilidad para cumplir los preceptos. Nosotros creemos que Jesús es el mejor ser humano y también el Hijo consustancial a Padre. Y por tanto lo que dice Jesús es cosa de Dios, Trinidad Santa. En los libros atribuidos a Moisés no está escrito “aborrecerás a tu enemigo” pero sí en otros libros de las escrituras. Por eso el “pero yo os digo amad a vuestros enemigos” debió sonar como escándalo a sus discípulos.
Aborrecer al enemigo responde a una lógica humana. Amarlo es lógica divina. Y Jesucristo nos pide entrar en esa lógica que es de un orden diferente. Amar según Dios es sobeponerse al sentimiento, la simpatía, el agrado o el desagrado que nos producen los demás.
Ayer el Señor nos pedía reconciliación que significa volver a conciliar. Recuperar la armonia. Hoy nos pide extender el amor a quienes nos odian, nos han ofendido, son una amenaza, nos molestan o en definitiva, preferiríamos que desaparecieran.
El amor a los enemigos incluye algo más: rezar por los que nos persiguen. No podemos seguir odiándolos si rezamos por ellos. Al rezar los ponemos delante de Dios. ¿Podemos odiar en su presencia? Como Jesucristo oró por sus enemigos en la Cruz estamos llamados a orar nosotros. Hoy los cristianos sufren persecución en muchos lugares. A veces el ataque no deja lugar para el testimonio de la palabra, otras veces sí y mueren perdonando. Aprendamos de ellos y de la innumerable Iglesia triunfante de los Santos que se tomaron muy en serio lo de seguir a Cristo.
Virginia Fernández