Comentario al Evangelio del sábado, 16 de octubre de 2021
CR
Queridos hermanos:
Cuando os conduzcan a la sinagoga, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de lo que vais a decir, o de cómo os vais a defender. ¡Cuánto me gustaría creerme por completo estas palabras de Jesús , y no preocuparme de lo que tengo que decir (sobre todo, si lo tengo que decir en ruso…) Bromas aparte, tuve un compañero de Noviciado en Loja (Granada, España) de República Dominicana, que se tomaba estas palabras al pie de la letra. De hecho, casi no preparaba las reuniones de catequesis, porque el Espíritu Santo os enseñará lo que tenéis que decir…
Los mártires de los primeros siglos sí entendían estas palabras. Ellos vivían en una sana tensión, esperando la venida de Jesús, y por eso se esforzaban en ser coherentes. Y precisamente por eso, porque eran coherentes, porque su vida y sus palabras estaban entrelazadas, sabían lo que tenían que decir. No vivían en compartimentos estancos. Incluso ante los verdugos. Y más de uno tuvo oportunidad, casi seguro, de dar testimonio, sin abogado defensor y sin derecho al Habeas Corpus.
El sábado es el día que, tradicionalmente, se dedica al recuerdo más concreto de María. Mujer de pocas palabras, pero precisas. Y de grandes obras. Nosotros hablamos y hablamos y hablamos, enviamos SMS, redactamos correos, vemos la tele, oímos la radio… Cada día, miles y miles de palabras salen de nuestros labios o llegan a nuestros oídos. ¿De qué hablamos? ¿Qué escuchamos? ¿Se nota que somos cristianos, también en esta faceta de nuestra vida?
Dejando de lado los momentos en que no queda más remedio que hablar del tiempo (ascensores, salas de espera, colas en la compra…), siempre hay ocasiones para dar testimonio. Con las palabras, pero sobre todo con las obras. Al volante (si conduces), en las aulas (si estudias), en el trabajo, ¿cómo eres? Porque no estamos hablando de dar testimonio en el día del Juicio Final (entonces será un pelín tarde), sino en el día a día, en nuestra vida ordinaria. Ahí se ve cómo está nuestra fe. E igual que se puede pecar de pensamiento, palabra, obra y omisión, también podemos dar testimonio de muchas maneras.
Abrahán creyó. Santa María creyó. ¿Y tú?