Comentario al Evangelio del sábado, 19 de junio de 2021
Carlos Latorre
Queridos hermanos:
Todos sabemos ´que San Pablo fue un santo y gran apóstol. Pues bien nos ha dejado escrito en esta carta a los Corintios: “Toca presumir. Ya sé que no está bien, pero paso a las visiones y revelaciones del Señor. Yo sé de un cristiano (se está refiriendo a sí mismo) que hace catorce años fue arrebatado hasta el tercer cielo, con el cuerpo o sin el cuerpo, ¿qué sé yo? Dios lo sabe. Lo cierto es que ese hombre fue arrebatado al paraíso y oyó palabras arcanas, que un hombre no es capaz de repetir. De uno como ése podría presumir; lo que es yo, sólo presumiré de mis debilidades”.
¿De dónde consigue Pablo tanta fortaleza? De la cruz de Cristo. No hay nada más poderoso en este mundo que la santa Cruz de Jesús nuestro Señor. La experiencia de la vida cristiana nos enseña que Dios nuestro Padre siempre nos escucha. ¿Cómo lo hace? No reduciendo la carga, el sufrimiento, sino duplicando las fuerzas de quien le pide ayuda.
Hoy justamente el evangelio nos habla de la confianza en Dios, porque Él es nuestro Padre y nos cuida. Jesús no nos explica cómo o cuándo se hace presente la providencia; simplemente nos invita a abandonarnos en manos de nuestro Padre Dios, para quien sus hijos e hijas son las criaturas más importantes de toda su creación, y así, pasar del miedo a la confianza.
Jesús resume cómo debe ser la actitud de sus seguidores ante la providencia de Dios: «buscad ante todo el reino de Dios y su justicia». Este reinado se recibe como don gratuito, con la alegría y confianza de quien experimenta la paternidad de Dios en los momentos más inesperados de la vida. Pero esta ayuda de Dios nos llama también a la colaboración para realizar su plan de salvación contando con nosotros en. Dice el salmo: “Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él”.
La sierva de Dios Maria Florencia Domínguez Netto (Piché) nació en Asunción (Paraguay) el 27 de octubre de 1917. Desde los primeros años de su infancia vivió en Encarnación donde sus padres pusieron su domicilio. A los cinco años de edad comenzó su enfermedad de parálisis, que ya no la dejaría en toda su vida. La parálisis fue inmovilizando los miembros de su cuerpo y a los nueve años se vio obligada a vivir postrada en cama, de la que ya no salió hasta su muerte, acaecida el 17 de noviembre de 1982. Total 56 años postrada en cama.
Ella, con la luz del Espíritu Santo, penetró en el misterio de la cruz y aprendió a ver en el dolor un favor del Señor y una muestra de su predilección. Cuando más arreciaba el dolor, que según los médicos tenía que ser muy fuerte, ella solía repetir: “Son caricias de mi Jesús”.
Adquirió el difícil arte de hacer de la renuncia y el dolor, una fuente de amor y un medio de apostolado, porque acercaba a Dios a cuantos la visitaban.
Al cumplir los cincuenta años hizo imprimir un recordatorio en el que escribió : “En recuerdo y eterna gratitud al Señor porque me ha elegido para servirle durante 50 años, a través de la enfermedad, desde esta cama”. “Sea mil veces bendito el sufrimiento que me ha acercado a Dios”.
Vuestro hermano en la fe.
Carlos Latorre
carloslatorre@claretianos.es