Comentario al Evangelio del sábado, 2 de marzo de 2024
Fernando Torres, cmf
Con este evangelio de hoy se culmina esta segunda semana de Cuaresma. Podríamos decir que han sido, a lo largo de la semana, unos evangelios que nos han situado en el corazón del mensaje de Jesús, que no se centra en las teorías sino en la vida, en las actitudes.
Este Evangelio es el culmen porque, leído con atención, no sabemos de qué maravillarnos más: si de la grandeza de Dios, de su corazón abierto al perdón, o de la pequeñez y cortedad de miras de las personas, de nosotros mismos, representados en el hermano mayor, lleno de envidia porque su hermano ha vuelto a casa y el padre le ha hecho una fiesta.
Conviene que nos centremos en lo más importante: la grandeza del corazón de Dios, su amor por la criatura perdida. Ciertamente es una parábola lo que cuenta Jesús, pero también es verdad que no resulta difícil identificar a ese padre que pierde a su hijo en la lejanía con Dios mismo. Nos imaginamos a ese padre-Dios saliendo todos los días a la puerta de su casa para mirar si algo se movía en el camino que llevaba a su casa. Siempre esperando. Siempre pensando que valía la pena echar otra mirada al camino. Por si acaso.
Decía uno de mis formadores que la parábola quizá no está entera en el relato evangélico. Que quizá falta la parte en la que el hijo perdido se volvía a ir otra vez de casa. Y que el padre volvía a seguir saliendo al camino, sin desesperar. Y el hijo volvía. Y se volvía a ir. Y el padre volvía a salir. Siempre. Esperando con los brazos abiertos.
Aquí no hay una teoría/teología que aprender. Hay solo una realidad que contemplar: la del amor eterno de Dios por sus hijos. La realidad de su enorme respeto, infinito también, por la libertad del hijo, aunque vea cómo éste se equivoca. La realidad de su capacidad de acogida sin medida. La realidad de una comprensión más allá de lo razonable. Para cada uno de nosotros. Para toda la humanidad. Así es Dios, nos dice Jesús. Así es el corazón de Dios.
Y las últimas líneas para la miopía / cortedad / envidia del hijo mayor. Su actitud, vamos a ser sinceros, es muy humana. Casi seguro que nosotros también lo hemos sentido alguna vez. ¿Celebrando una fiesta para ése, que lo ha derrochado todo? ¿Y los que hemos estado todo el día, todos los días, trabajando? Entonces es cuando nos quejamos y decimos que Dios es injusto. Y lo único que hacemos es poner de manifiesto que no hemos entendido nada de lo que Jesús nos dice de Dios, su Abbá, Padre suyo y nuestro.