Comentario al Evangelio del sábado, 20 de junio de 2020
Edgardo Guzmán, cmf
Queridos amigos y amigas:
La memoria del Inmaculado Corazón de María está muy ligada a la fiesta que celebramos ayer. Junto al corazón de Jesús está el corazón de su madre, María. Es sorprendente ver como todo el misterio del amor de Dios, que se nos revela en el Corazón de Jesús, se abre con el sí de una muchacha humilde de Nazaret. Es un misterio grande, sin duda superaba a María, pero ella sabia guardarlo todo en su corazón. Un corazón que estaba abierto a la escucha de Dios y que sabía abandonarse en su voluntad.
Los pocos textos del Nuevo Testamento que se refieren a María, como señala Alberto Valentini, «están situados estratégicamente y contienen una densidad excepcional. Estratégicos, porque se sitúan en momentos claves de la historia de la salvación: Encarnación – Misterio Pascual – Pentecostés; de una extraordinaria densidad, en cuanto están vitalmente implicados en tales misterios, de donde se deriva su valor y significado». Entre estos textos tiene una importancia particular el llamado «Evangelio de la Infancia» de Lucas (Lc 1-2). El evangelista como teólogo y artista nos cuenta los hechos con la técnica del arte de un pintor, que es capaz de representar el alma, los sentimientos y las ideas de sus personajes. En ese sentido, el Evangelio de la infancia de Lucas es una cristología a partir de la historia. En esta meditación histórica de Lucas hay dos escenas de la infancia de Jesús, una es el momento de su nacimiento (Lc 2, 1-20) y la que leemos hoy, Jesús en medio de los doctores de la ley (Lc 2, 41-52). En ambas escenas se hace una referencia al Corazón de María (Lc 2, 19.51) (Cf. Nuria Calduch-Benages, Il Cuore di Maria alla luce dell´antropologia biblica).
A la luz de esta referencia bíblica del Corazón de María podemos deducir de ella dos actitudes fundamentales para nuestra experiencia de fe: la escucha y la cordialidad. La figura de María no se comprende sin este elemento de la escucha. La fe nace de la escucha. Cuando se habla de que Maria «guardaba todas estas cosas en su corazón», podemos preguntarnos: ¿Qué es lo que María conservaba en su corazón? ¿Cuál era el objeto de su meditación? ¿Qué cosas custodiaba en su corazón? El sustantivo griego que usa el evangelista rhémata (que en español se traduce como “estas cosas”) significa palabra, hecho, acontecimiento. Esta acepción nos ayuda a comprender que María conservaba los eventos que vivía en los cuales se manifestaba la Palabra de Dios. Como María también nosotros hoy debemos cultivar esa capacidad de silencio y de acogida para escuchar lo que Dios nos dice hoy en los acontecimientos que vivimos.
La segunda actitud, la cordialidad, se vuelve muy urgente y actual en este momento de crisis mundial. La cordialidad se concreta en el cuidado, la atención y el amor. Hoy más que nunca necesitamos esa revolución de la ternura, a la que tanto apela el Papa Francisco. Si algo nos deja los acontecimientos que hemos vivido en estos meses es la importancia del cuidado de la vida en todas sus manifestaciones. Nadie mejor que una madre sabe de esta tarea. María como paradigma de una maternidad nueva nos enseña que sin ternura, sin corazón no hay profecía creíble. Estas actitudes que contemplamos en el Corazón de María son el modelo inspirador para la misión de una Iglesia en salida.
A la altura del corazón
Allí aprendió a vivir María
después que el ángel la dejó.
Sin saber decir palabra
sin poder decir que no.
Allí entendió que los silencios hablan
y que las palabras, a veces, callan.
que vivir no requiere, saber y ganar,
sino solo aprender a escuchar.
Allí su ser se abrió al misterio,
entrando en ella lo no esperado.
Ya no hubo rutas ni indicadores
que al andar le dieran seguridad.
Allí, a la altura del corazón,
solo la fe le puede al miedo.
El amor, en María, ya no tuvo frenos:
El pesebre, Nazaret, el calvario.
(Seve Lázaro, SJ)
Fraternalmente,
Edgardo Guzmán CMF
eagm796@hotmail.com