Comentario al Evangelio del sábado, 22 de agosto de 2020
Edgardo Guzmán, cmf.
Queridos amigos y amigas:
La historia de Israel que nos presenta el profeta Ezequiel es una historia de infidelidad, pero con un final feliz. Los últimos capítulos del libro (40-48) que son proyectos hacia el futuro, representan la renovación del templo de Jerusalén, hasta alcanzar el punto culminante en las palabras finales con las que cierra el libro: «La ciudad se llamará desde aquel día: ahí está el Señor».
Ezequiel presenta una visión. Él está en el atrio externo y ve llegar la gloria de Dios. Ese movimiento de la gloria divina se manifiesta con un estruendo potente de aguas caudalosas. La gloria del Señor que se había alejado del santuario, ahora retorna al interior del santuario. Transportado por el Espíritu al atrio interno el profeta ve una nube de luz que llena el templo, como aparece en Éxodo (Ex 40, 32-36) y en el momento de la consagración del templo por Salomón (1 Re 8,10). La voz que se escucha en el interior del tempo cierra la visión: Dios ha regresado a reinar en Israel, ha restablecido su trono en el templo, la restauración de Israel es definitiva, la presencia de Yahvé en medio de su pueblo será «para siempre».
El capítulo 23 de Mateo contiene una serie de reprimendas que Jesús dirige a los fariseos, marca el punto de la tensión acumulada en el capítulo 21. En el texto litúrgico de hoy Jesús no solo se dirige a ellos, sino también a la muchedumbre y a sus discípulos, les advierte del peligro al que siempre está expuesto el Evangelio: la dicotomía entre las palabras y la obras, entre lo que se dice y lo que se hace, entre lo que se enseña y se vive.
A Jesús le duele la cerrazón del corazón y la actitud obcecada de los que se consideran los más fervorosos cumplidores de la ley. Por eso, les habla con tanta claridad y fuerza. Es un lenguaje duro. Les denuncia la hipocresía de su práctica religiosa, la interpretación aberrante de una enseñanza que es en si justa y buena, pero que se empobrece con un comportamiento orgulloso. Eso es lo que condena.
En los versículos del 8-12 Jesús pasa al «ustedes» interpelando directamente a sus discípulos, de ayer y también a nosotros hoy. Contraria a la lógica de los escribas y fariseos, en la comunidad de discípulos y misioneros de Jesús, la verdadera grandeza consiste en hacerse pequeño y la verdadera gloria es servir con humildad. La comunidad está construida sobre la base de la fraternidad y la comunión, los títulos y los honores son relativos, no es lo fundamental, solo Jesús es el «maestro» y el Padre es sólo uno, el que está en el cielo.
Fraternalmente,
Edgardo Guzmán, cmf.
eagm796@hotmail.com