Comentario al Evangelio del sábado, 23 de enero de 2021
Alejandro Carbajo, cmf
Queridos amigos, paz y bien.
Hay muchos lugares en el mundo que son centros de peregrinación. Para algunas religiones, es obligatorio, al menos una vez en la vida, visitarlos (La Meca, por ejemplo, para los musulmanes, o Jerusalén para los judíos del tiempo de Jesús). Para los católicos siempre es un sueño visitar Roma, Lourdes, Fátima o Santiago de Compostela. Son lugares donde se siente algo especial, hay una atmósfera concreta, son centros de espiritualidad.
Antes del nacimiento de Jesús, el culto estaba unido a un templo determinado, el de Jerusalén. Con Jesús, la situación cambia. El “santo de los santos” ya no está oculto dentro de una tienda en medio de otra. El Santo se ha hecho presente, uno de nosotros, para ser accesible en cualquier lugar.
Y cambia el modo de adorar a Dios. El autor de la Carta a los Hebreos remarca la diferencia entre los sacrificios del Antiguo Testamento y el sacrificio de Jesús. La sangre de los animales ha sido sustituida por la sangre de Cristo, y se constituye en el sacrificio definitivo. Ya no nos obligan las antiguas normas y ritos veterotestamentarios. La sangre de Cristo nos ha facilitado las cosas. Con su sangre nos ha redimido. Lo recordamos cada día, en la Eucaristía. “Sus heridas nos han curado y su sangre nos da la salvación”, cantamos en Semana Santa. Es algo nuevo, algo que solo el Hijo de Dios encarnado podía hacer.
Tan radical es la novedad de Jesús, que no le entiende ni su propia familia. Se lo quieren llevar, pensando que estaba mal de la cabeza. Les asustaba lo que Jesús estaba haciendo en su pequeño mundo. Y no solo. Su fama se extendía con mucha rapidez. “No le dejaban ni comer”. Es normal que la familia no lo viera claro. Muchas personas se sienten así, cuando intentan vivir su vida de fe en serio. A su alrededor no hay mucha comprensión (son “bichos raros”) y no digamos nada si se habla de una vocación al sacerdocio o a la vida consagrada. Cuántas vocaciones han tenido que luchar contra la oposición de los padres o de los amigos.
Son momentos para decidir de Quién nos hemos fiado, en Quién hemos puesto los ojos (sabiendo Que Él nos miró primero) y permanecer fieles en su amor. En nuestra vida diaria, también tenemos momentos de flojera, de cansancio, de sentir que lo que hacemos no tiene sentido. Es bueno volver la vista atrás, recordar los momentos vividos cerca del Señor y, apoyados en su amor, seguir hacia delante, con mucha fe, con todo el amor de que seamos capaces, y siempre con esperanza.
Vuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.