Comentario al Evangelio del sábado, 23 de septiembre de 2023
Fernando Torres, cmf
Ya conocemos de sobra la parábola del sembrador. Y la explicación que da el mismo Jesús. Cuando meditamos en esta parábola siempre terminamos pensando en que tipo de tierra somos. Si nos parecemos a la del borde del camino, al terreno pedregoso, al que está lleno de zarzas o a la tierra buena. Indefectiblemente, la conclusión suele situarnos –las meditaciones no suelen ser momentos para el optimismo– en cualquiera de los tres primeros. Y nos empezamos a hacer propósitos muy serios para cambiar nuestra vida.
Vamos a ser realistas. La mera verdad es que somos una mezcla prodigiosa de los cuatro terrenos. Sí, también hay en nosotros tierra buena: capacidad de acogida de la palabra. Y también damos muchas veces buen fruto en cercanía, fraternidad, justicia y tantas otras cosas buenas. Como decía el lema de un grupo de matrimonios que conocí hace tiempo: “Dios no crea basura” y nosotros somos creación de Dios. No puede ser que seamos todo tierra del camino o llena de piedras o de zarzas. También hay cosas buenas que Dios ha puesto en nuestras vidas. Hay que saber apreciarlo y agradecerlo. Porque todo es don, todo es gracia.
Es verdad que de vez en cuando nos sale algún cuerno, que no todo lo hacemos bien. Me atrevería a decir que más por debilidad que por malicia. Si. Vamos a ser sinceros algunas zarzas y algunas piedras tenemos en nuestro campo. La cuestión no es dejarnos hundir sino, con mucha paciencia ir limpiando el terreno de todo eso que no ayuda a que crezca la buena simiente. Con mucha paciencia. Como esos campos que a veces se ven en que los campesinos han ido amontonando en una esquina las piedras que entorpecen el crecimiento de lo plantado. Pero, repito, con mucha paciencia. Sin querer hacerlo todo en un día. Poco a poco.
¿Saben que es lo que más me consuela? Que el sembrador vuelve cada año a sembrar el campo. Con paciencia pero con constancia. Siempre confiando en que la semilla va a crecer y dar ciento por uno. Así es Dios. Cree tanto en nosotros que vuelve cada año a sembrar en nosotros su palabra y espera que dé su fruto. Nuestro Dios es así. Y eso nos llena de esperanza.