Comentario al Evangelio del sábado, 28 de marzo de 2020
José Luis Latorre, cmf
Queridos amigos.
En la Palabra de Dios de hoy leemos por una parte la confesión dolorosa del
profeta Jeremías que nos cuenta hasta qué punto hay que estar dispuestos a
padecer por ser fieles a Dios sirviéndole con corazón recto, y la discusión
sobre la identidad de Jesús en el evangelio de Juan. La persona de Jesús
causa confusión con su identidad, su procedencia, sus palabras y su
testimonio; Jesús genera discusión, conflicto, disputas y hasta la
dispersión de los que planean su muerte. La persona de Jesús genera
controversia porque, siendo hombre como nosotros y bien encarnado en
nuestra realidad, tiene la capacidad de revelarnos a Dios hablando y
actuando como nadie antes lo había hecho: unos quedan admirados y se
interrogan, otros lo confiesan como Mesías. Los fariseos se cierran en sus
esquemas y tratan de ignorantes y malas personas a quienes no comparten sus
criterios.
El evangelio termina diciendo: “y se volvieron cada uno a su casa” muchos encerrados en
la duda o la indiferencia porque rechazaron al único que es capaz de
unificar el corazón y a los hombres; otros con la alegría y la paz de
descubrir al verdadero Jesús. Pues si siempre es grave introducir en la
propia vida a otra persona, pues sabemos que ya no será posible disponer
enteramente de nosotros mismos, dejar entrar a Jesús en nuestra vida
encierra un riego, pues no se sabe hasta dónde nos llevará esa presencia
suya. La persona de Jesús no deja a nadie indiferente y en la medida que
tenemos más amistad con Él descubrimos que la vida tiene otro horizonte y
que es preciso ir dejando en segundo lugar muchas cosas que nos parecían
imprescindibles e irrenunciables. Pero es tal la atracción que ejerce sobre
nosotros que no vivimos en paz hasta que hacemos lo que Él nos va diciendo
en cada momento. De ahí que los amigos de verdad de Jesús son pocos, pues
no todos los invitados están dispuestos a dejar sus intereses, comodidades
y forma de vida.
También es cierto que cuando uno se decide a ser amigo de Jesús experimenta
una paz y alegría tan grandes que difícilmente las encontrará fuera de Él,
y se siente enganchado de tal manera que ya no concibe la vida de otra
manera, ni puede vivir sin Él, aunque esté rodeado de enormes dificultades
como el profeta Jeremías nos decía hoy. Al mismo tiempo está dispuesto a
dejar de lado lo que antes le ataba tan fuertemente que le parecía
imposible prescindir. Se cumplen las parábolas de la perla preciosa y el
tesoro escondido en el campo. Esta amistad con Jesús despierta en el
corazón humano la capacidad de heroísmo al estar dispuesto a dar la propia
vida por los demás. Se hace realidad esta palabra de Jesús “
nadie tiene amor más grande que quien da la vida por los demás
”. La persona es consciente además de que el amor es la fuerza que mueve y
transforma la vida y le da el verdadero y pleno sentido.
José Luis Latorre
Misionero Claretiano