Comentario al Evangelio del sábado, 28 de octubre de 2023

Fecha

28 Oct 2023
Finalizdo!
Alejandro Carbajo, CMF

Queridos hermanos, paz y bien.

Hoy la liturgia nos presenta a los apóstoles san Simón y san Judas.

Siempre que la Iglesia nos presenta el recuerdo litúrgico de un apóstol, nos ofrece la posibilidad de reflexionar sobre una llamada especial. Los santos Simón y Judas Tadeo tuvieron la oportunidad de oír a Jesús, de estar cerca de Él, y de responder a su llamada. Los Evangelios dicen que la respuesta de los discípulos fue siempre rápida. A mí, sin querer negar lo que encontramos allí se lee, me gusta imaginarme los sudores de los discípulos, sus tiempos de discernimiento, antes de decidirse a dejarlo todo, trabajo, familia, estatus social…, para seguir a Jesús. (Puede ser porque yo entré ya de mayor en la Congregación, después de mucho tiempo de pensármelo…) Eso sí, cuando se decidieron, lo hicieron hasta las últimas consecuencias. Hasta la muerte. Ahí queda eso.

Nosotros podemos quejarnos, aparentemente, porque hoy en día pocos tienen la gracia de ver al Señor en vivo y en directo. No son frecuentes las visiones, que las hay, y los santos hablan de ellas. Podemos quejarnos, digo, porque no tenemos la suerte que tuvieron los apóstoles. Pero me pregunto si a nosotros nos serviría de algo ese encuentro con Cristo. Me explico. Cuando el rico Epulón, después de su muerte, pidió poder avisar a sus hermanos, se le dijo eso de que ya tenían la Ley y los profetas, y que por eso no hacían falta apariciones de difuntos, para advertirles. Y nosotros tenemos cada semana, cada día, si queremos, esa posibilidad de ver al Señor, presente en la Eucaristía, en la Palabra, en la Comunidad (donde 2 o 3 se reúnen en mi nombre, allí estoy Yo…), en los que sufren, en los pobres…  Son muchos, y no los apreciamos suficientemente, los momentos y lugares donde el Señor se hace presente. Que el recuerdo de estos santos apóstoles nos abra los ojos, para poder decir, también nosotros, que hemos visto al Señor, y queremos seguirle.

La elección de los doce según Lucas va precedida de una noche de oración, en intimidad con Dios, en apertura al misterio y en un simbólico y tradicional lugar de encuentro con la transcendencia: la montaña. El fruto de esta noche intensa se ve al amanecer. Jesús, desde su encuentro con el Padre, ofrece al mundo el obsequio de la salvación y el envío de los apóstoles. Estos —siempre según Lucas—, a partir de esa mañana, ya no se identifican con el gran número de los discípulos, de entre los cuales han sido escogidos. Son parte de un círculo más íntimo, con el encargo de una misión especial. Jesús es el centro de este cuadro. A su alrededor los doce, después el gran grupo de los discípulos y finalmente una muchedumbre.

Todos pueden ser conciudadanos del mismo y naciente Reino de Dios. Pablo da una réplica del marco de elección de los doce cuando dice que, como miembros de la familia de Dios, estamos edificados sobre el cimiento de los apóstoles y Cristo es la piedra angular. Podemos sentir desde aquí la cercanía de ese instante —desconcertante para los doce entonces y para nosotros hoy— y sabernos eslabones de una cadena de liberación universal, de un edificio singular, de una nueva humanidad, traspasando tiempo y lugares.

Hoy es buen día para subir a la montaña y encontrarnos con el Dios de Jesucristo. En intimidad con Él, con un intenso encuentro, nos mostrará cómo estamos cimentados en la roca de los apóstoles.

Vuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

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