Comentario al Evangelio del sábado, 29 de enero de 2022
Severiano Blanco cmf
Queridos hermanos:
Hoy cambiamos de sección en la secuencia de Marcos; en los últimos días le hemos visto como maestro, enseñando; a partir de hoy le contemplaremos actuando, y actuando con poder. Viene una serie de milagros, uno de cada clase: sobre la naturaleza (la tempestad), de curación psíquica (el poseso de Gerasa), de curación física (la hemorroísa) y de resurrección (la hija de Jairo); es un muestrario completo. Y conviene notar ya algunas características de los milagros de Jesús: no hay ninguno punitivo, sino que todos son benéficos; y los realiza con la máxima sencillez, sin rituales mágicos o misteriosos, sino con una palabra, un mandato, un dar la mano… Jesús es diferente de todos los taumaturgos de la antigüedad.
La escena de calmar la tempestad tiene un modelo indiscutible: la leyenda de Jonás, que duerme tranquilo en la bodega mientras la tripulación se atemoriza ante la galerna. Los tripulantes invocan al Dios de Jonás… y llega la calma. Pero los narradores cristianos tienen también otros puntos de referencia para construir su relato. Según Salmo 107,29, Dios “redujo a silencio la borrasca, y las olas callaron, y así los sacó de sus angustias”; y según Job 38,11, Dios dijo al mar: “hasta aquí llegarás, y no más allá; aquí se estrellará el orgullo de tus olas”. Por otro lado, Jesús increpando al mar recuerda “la voz de Yahvé sobre las aguas… Yahvé sobre las aguas torrenciales” (Sal 29,3), pues él “surca el mar con sus caballos” (Habacuc 3,15). Todo ello habla del Dios creador y señor de sus criaturas, y de Jesús “sentado a su derecha”, compartiendo de su omnipotencia.
Quizá no sea difícil reconstruir la evolución de la narración. Como núcleo histórico estará el hecho de que Jesús y los discípulos atravesaron en barca con frecuencia el lago de Genesaret; alguna vez el mar se revolvió y pasaron angustia, pero Jesús los calmó con palabras de confianza en el Padre providente, y quizá les reprochó su poca fe. Todo ello, contemplado tras la pascua y a la luz de pasajes veterotestamentarios adquiere características nuevas: Jesús, el que muchas veces increpó a los malos espíritus, es realmente el Señor, capaz de realizar las proezas del éxodo, de dar órdenes al mar…
La narración se irá convirtiendo en una gran confesión de fe en la persona de Jesús: “¿Pero quién es este?” En el pasaje emparentado de Mc 6,45ss (Jesús caminando sobre las aguas) los discípulos gritan turbados, y él les dice: “no temáis”. Este estremecimiento de los discípulos, junto a Jesús y en medio del mar, recuerda relatos de aparición pascual, donde la turbación es una constante (Lc 24,38; cf. Mt 14,26), ya que en el Resucitado se manifiesta plenamente lo divino; ante la pesca milagrosa (Lc 5,7ss, retroproyección de Jn 21,6ss), visto el poder de Jesús, “el temor se apoderó de todos”. En la proximidad de Jesús surge, junto con la confianza, la conciencia de pequeñez, de criatura ante su creador.
A lo largo de su historia, la Iglesia ha leído esta narración a su propia imagen: ella camina entre dificultades, a veces con la impresión de que Jesús está “ausente”. Pero él, antes o después, aparece siempre como el salvador y el Señor, y a ella le toca adorarle con un gozo entremezclado con sobrecogimiento reverencial: “¿quién es este?”
Vuestro hermano,
Severiano Blanco cmf