Comentario al Evangelio del sábado, 9 de marzo de 2024

Fecha

09 Mar 2024
Finalizdo!
Fernando Torres, cmf

Dicen que no hay más sordo que el que no quiere oír. Lo mismo se puede aplicar al enfermo que no se quiere curar o, dicho más sencillamente, que no quiere reconocer que está enfermo. Tuve un tío mío que le operaron del pulmón y luego le empezaron a dar quimioterapia y radioterapia. Pues el decía que tenía apenas una pequeña manchita en el pulmón de cuando la guerra, que no tenía nada. Que lo de la quimio y la radio era solo por si acaso. Era un poco ridículo oírle porque en aquella época ya sabía todo el mundo lo que aquellos tratamientos significaban.

Tengo la impresión de que al fariseo de la parábola le pasaba algo parecido. Él se presentaba ante Dios por pura generosidad no porque le hiciese falta en absoluto. Él ya cumplía con todas las normas, hacía todas las oraciones. Y para colmo ni robaba ni mataba. Se sentí ajusto ante Dios. La salvación no era regalo gratuito de Dios sino algo que se había ganado con su buen hacer, con su cumplimiento de la ley.

Por eso miraba con desprecio al publicano. Imagino que se diría a sí mismo el fariseo algo así como “Dios mío, ¿pero como permites que ése entre en el templo cuando todo el mundo sabe que es un pecador, sinvergüenza y muchas cosas más, que ni reza sus oraciones ni ayuna cuando está mandado? El fariseo se sentía bien. Se sentía con la suficiente altura como para tratar con confianza a Dios. No como un hijo que habla con su padre sino más bien en tú a tú de amiguetes.

Lo que no sabía el fariseo es que Dios lo miraba más bien con pena. Lo miraba con el amor con que un padre mira a un hijo tonto y malo que ni siquiera se da cuenta de su descarrío. Lo miraba tratando de atraerle, de invitarle a tomar el buen camino, pero sintiendo que el otro se veía a sí mismo tan bueno y ejemplar, que todo su esfuerzo de Padre era inútil.

Es nuestro tiempo para presentarnos al Señor no con la imagen, a veces fabulosa y fabulada, que nos hemos creado de nosotros mismos, sino asumiendo nuestra realidad y abriendo el corazón con humildad para que su amor nos cure y nos habilite para volver a intentarlo, que no es otra cosa lo que el Padre quiere para nosotros.

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