Comentario al Evangelio del viernes, 10 de marzo de 2023
Juan Carlos, cmf
Queridos amigos y amigas:
Jesús acoge a los pobres y a los pecadores, no por sus méritos ni por su capacidad de cumplir la ley, sino porque son amados por el Padre, son los hijos pródigos que Dios espera siempre en su casa. Es la fe la que salva, no la ley ni los méritos; por eso, la mirada de Jesús y sus gestos de acogida contrastan con la mirada fría y condenadora los fariseos, que son incapaces de experimentar el paso de Dios en su propia vida.
Quien ha sido perdonado se compromete a seguir al Señor en la práctica de la misericordia. Cuando somos tocados por Él nuestra vida adquiere un nuevo sentido. Muchas personas alcanzaron de modo directo, en contacto con Jesús, el precioso don del perdón. Del mismo modo, nosotros peregrinos del Reino, somos mensajeros de la cercanía de Dios, dispensadores del amor que perdona sin límites.
Jesús nos advierte que nuestro culto a Dios debe pasar necesariamente por las relaciones humanas. Quien vive de odio y rencor no conoce realmente la dinámica del mundo nuevo del Reino de Dios. La conversión que se nos pide en esta nueva Cuaresma nos exige transformar nuestra forma de relacionarnos con el prójimo, desenmascarar al ego personal que pretende constituirse en juez de los demás. Quien sigue los criterios del ego se hace reo de sí mismo y se aleja de la auténtica adoración en espíritu y verdad (Cf. Jn 4, 23-24)
Podríamos preguntarnos personalmente que tan acogedores y misericordiosos somos con el prójimo; si somos como Jesús, o los fariseos. Con la misma medida que usemos para medir, seremos medidos. Pidamos al Señor asemejarnos cada día más a Él.