Comentario al Evangelio del viernes, 11 de diciembre de 2020
Severiano Blanco, cmf
Queridos hermanos:
Una constante en la relación de Jesús con sus contemporáneos es el lamento por su insensibilidad, aquel defecto de los españoles que M. de Unamuno llamaba “modorra espiritual”. Jesús, con una mirada penetrante, percibe por todas partes y en todo momento la actuación de Dios que introduce una época nueva en la historia del mundo. Y, en consecuencia, llama a la renovación, a percibir la grandeza del momento presente: “Muchos profetas y justos ansiaron ver lo que vosotros veis y no lo vieron” (Mt 13,17). Le gustaría que al menos sus oyentes tuviesen una sensibilidad y una percepción semejante a la que tiene él. Les pone comparaciones sencillas; hace pocos días leíamos la parábola de la higuera que, con sus nuevas yemas, indica la llegada del verano; y saca la consecuencia: “así vosotros, cuando veáis todas estas cosas, sabed que está cerca, a las puertas” (Mc 13,29). Y les recuerda ejemplos del AT, el de los ninivitas y el de la reina de Saba, cómo reaccionaron ante la predicación de Jonás y la sabiduría de Salomón (Mt 12,41s).
Hoy se nos ofrece la parábola de los chavales aburridos e indolentes, los pasotas que no prestan atención ni a jolgorio ni a lamentos. Jesús la aplica inmediatamente a sus inmovilistas oyentes, que son todavía peores, pues intentan justificar su desidia e indiferencia con malos pretextos: descalifican al asceta por asceta y al divertido por divertido. Es la eterna tentación, la de desautorizar al profeta y sus llamadas, pues la rutina y el pasotismo son más cómodos: “Dejemos al Bautista con su excéntrico ascetismo y a Jesús con sus comidas en malas compañías; nosotros a lo nuestro, a lo de siempre”. Es la actitud de los endurecidos y obcecados que no quieren “complicarse la vida”; pero la están viviendo sin sentido, se la están arruinando.
Como preparación a esa lectura evangélica, el profeta Isaías nos habla de los dos caminos: el que lleva a la perdición y el que lleva a una vida lograda. Es una visión sabia de la vida, sapiencia, aunque nos la ofrezca un profeta; es una llamada a la sensatez. Aparentemente tal llamada llega tarde: “Si hubieras atendido a mis mandatos…”; pero al oyente se concede una nueva oportunidad: “te marco el camino a seguir”. Y en el salmo hemos confesado que queremos vivir esa sensatez: “no vayamos a la reunión de los cínicos, meditemos día y noche el proyecto del Señor”, para que nuestra vida no sea “paja que arrebata el viento”, sino que tenga consistencia.
El Adviento es una llamada a comenzar de nuevo, a tomar la propia vida en las manos y decidir qué deseamos hacer con ella. No dejemos pasar la ocasión, ni seamos fáciles en buscar pretextos para permanecer en la “modorra espiritual”. Que a nosotros se nos pueda aplicar el estribillo del salmo: “el que te sigue, Señor, tendrá la luz de la vida”.
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf