Comentario al Evangelio del viernes, 13 de octubre de 2023
José Luis Latorre, Misionero Claretiano
Queridos amigos
Este pasaje pone de relieve la existencia del demonio y del mal. Es algo real en la vida. Por eso dice el Papa Francisco: “La convicción de que el poder del maligno está entre nosotros es lo que nos permite entender por qué a veces el mal tiene tanta fuerza destructible”. Por el dedo de Dios fue escrita la Ley, por el Espíritu Santo (dedo de la diestra del Padre) son expulsados los demonios. Jesús es más fuerte que el demonio. Cristo está por encima del diablo.
Entre Jesús y el diablo se ha entablado un apretado y decisivo combate, que exige al discípulo tomar partido, elegir campo: “el que no está conmigo, está contra mí”. No cabe la neutralidad. La lucha del Maestro es la lucha del discípulo. Y esta lucha tiene que ver con el destino final: “el que no recoge conmigo, desparrama”. La fuerza del demonio está en hacerse olvidar y en aparecer bajo aspectos más seductores y tranquilizadores. Es lo que dice el Génesis: “seréis como dioses… sabe bien que seréis conocedores del bien y del mal”. El demonio nunca te va a presentar la parte mala de las cosas, sino lo bueno, lo atractivo, lo que te seduzca.
Ceder al demonio una vez significa abrirle un hueco que le hará más fácil el acceso al próximo asalto. Cada derrota es hacer que el demonio se sienta más fuerte, y la persona que cede más débil e indefensa. Pero no tan fuerte que no pueda ser derrotado. Jesús es más fuerte que el demonio y todas sus astucias.
No es suficiente estar en el bando de Jesús, porque el demonio que vaga por lugares áridos, lanza continuamente ataques e intenta por todos los medios vencernos, y quiere arrastrar en su ruina a la mayor cantidad de discípulos. La lucha entre Cristo y el demonio continúa así en el corazón de los discípulos. La lucha está servida hasta el final de los tiempos. Este “combate espiritual” es esencial al discípulo de Cristo.
¿Con qué armas podemos vencer? Las de siempre: oración intensa, la Palabra de Dios, la penitencia, una gran humildad-confianza, la vigilancia para no ser cogidos por sorpresa. “Si el árbol no es sacudido por los vientos, ni crece ni echa raíces. Así ocurre con el monje: si no es tentado ni soporta la tentación, no se convierte en hombre” (Apotegmas 396). No es mala la tentación, sino dejarse llevar por ella; las tentaciones forman parte de la pedagogía de Dios con los hombres. En el Padre nuestro pedimos: “no nos dejes caer en la tentación”, no que no tengamos tentaciones y pruebas. Job, después de haber pasado por tantas y tan fuertes tentaciones y pruebas, dice: “Antes te conocía de oídas, ahora te conozco de verdad”.
Vuestro hermano
José Luis Latorre, Misionero Claretiano