Comentario al Evangelio del viernes 2 de agosto de 2024
Queridos hermanos:
“Hay palabras que hieren y no se deben decir”; la canción lo dice en sentido positivo, muy humano: es la herida causada por el amor a alguien cuya ausencia nos va a doler; no quisiéramos que tuviera que decirnos adiós. El caso de Jeremías y de Jesús es otro: hay palabras que reprenden, que causan escozor, que pretenden sacarnos de la “modorra espiritual” (M. de Unamuno); y a veces originan rechazo, incluso violento. El caso es muy antiguo; el adorable Sócrates, que no hizo sino llamar a la juventud ateniense a la virtud, la justicia y la honradez, fue acusado de corruptor, llevado a juicio, condenado y ejecutado (autoejecución serena, con una entereza que sigue causando asombro).
En realidad no sabemos qué predicó Jesús en su pueblo. El tercer evangelista (Lc 4,18s) intentó llenar tal vació con un texto de Isaías 61,1s sobre la llegada de los tiempos mesiánicos en los que se ofrece la inconmensurable bondad y misericordia de Yahvé; y también este evangelista presenta a los oyentes descalificando al mensajero, “extrañados de que solo pronunciase las palabras de gracia” (Lc 4,22). La palabra de Jesús, como antaño la de Jeremías, resultó hiriente y se intentó acallarla; no cuadraba con la mentalidad de la mayoría.
Curiosa religiosidad la del auditorio de Jeremías, que parece tener en máximo aprecio al templo pero no quieren atender a la Palabra del Dios venerado en ese mismo templo. Jeremías fue confinado en lo hondo de una cisterna, y Jesús fue sencillamente desautorizado por su origen familiar y su condición de aldeano de Galilea, y a punto estuvo de ser despeñado (Lc 4,29). Jeremías es un claro predecesor de Jesús en su crítica al templo. Uno y otro vituperaban el absurdo de entretenerse en unas acciones cultuales rutinarias sin buscar y amar la voluntad de Dios, la vida según la alianza. Jeremía criticaba a los que reducían su religiosidad a decir “templo de Yahvé, templo de Yahvé” (Jr 7,4) y Jesús a quienes se conformaban con decir “Señor, Señor” (Mt 7,21). Ambos se indignaban ante palabras religiosas huecas.
Existe una escucha vulnerable y una escucha blindada, la de quien, literalmente, se deja herir (lat. vulnus = herida), afectar, y la de quién de antemano se pone una dura coraza, un espiritual chaleco antibalas que no habrá invectiva que lo penetre. Es el de quien “ya se las sabe todas”, quien “tiene la respuesta” o el pretexto, quien “ya está de vuelta”. Tal vez las palabras de Jesús en la sinagoga eran irrefutables, estaban arraigadas en pasajes bien conocidos del AT, y supuestamente aceptados; pero resultaban incómodas, hirientes, en aquel momento y hubo que adoptar otro recurso: descalificar a quien las pronunciaba. Pudo hacerse recurriendo a su origen familiar, a su oficio,… Para protegerse del escozor que la Palabra pueda producir, todo medio suele parecer válido.
Una vez más Jeremías y Jesús frente a sus oyentes blindados se convierten en símbolo de lo que nos puede suceder en tantos momentos. La pregunta para nosotros es evidente; y no nos engañemos con respuestas a medias: “eso está bien, es una buena llamada, pero quizá para después…”; por ahora “no es posible”, “no es mi momento”. Ojalá la Palabra nos hiera habitualmente, y nos dejemos herir, vulnerar.
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf