Comentario al Evangelio del viernes, 2 de febrero de 2024
Severiano Blanco cmf
Queridos hermanos:
Un narrador de historietas monacales cuenta que en cierta ocasión un joven novicio se acercó al abad y le preguntó si habría posibilidad de conocer a Jesucristo “por dentro”. El abad tuvo una rápida y feliz intuición: abrió la biblia por la carta a los Hebreos 10,7 e invitó al novicio a que leyese; este leyó: “heme aquí, oh Dios, que vengo para hacer tu voluntad”. Pero el abad le interrumpió rápidamente diciéndole que bastaba con la primera expresión: “heme aquí”. Según el abad, Jesús “por dentro” se llama disponibilidad, obediencia.
La carta a los Hebreos es quizá uno de los textos más tardíos del NT. Un texto mucho más antiguo, previo incluso al NT aunque aprovechado por S. Pablo en su carta a los Filipenses, viene a decir lo mismo: “Jesús se despojó de su rango divino… y se hizo obediente hasta la muerte” (Flp 2,8). El abad no andaba descaminado: dos escritos situados en los extremos del NT definen a Jesús como el obediente, el disponible.
La fiesta de hoy es la Presentación del Señor en el templo, en la casa de su Padre; doce años más tarde dirá a sus padres terrenos que él tiene que estar “en las cosas de su Padre” (Lc 2,49). En otra época esta fiesta era llamada de la purificación de María, en referencia a su presencia en el templo una vez superada toda secuela biológica del parto; respondía a ciertos tabúes de la antigüedad acerca de “pureza e “impureza”. Afortunadamente se ha cambiado la orientación de la fiesta, focalizándola en Jesús (ya no es propiamente fiesta mariana), y en lo más central de Jesús: su ofrecimiento al Padre. En una sola escena se sintetiza lo que va a ser toda su existencia terrena. El cuarto evangelio dice que, desde la eternidad, el Hijo “estaba vuelto hacia el pecho del Padre” (Jn 1,18). Y Jesús se presentará así también durante su existencia terrena: “no estoy solo; el que me envió está conmigo” (Jn 8,29).
San Pablo se sabía enviado a suscitar entre las gentes “la obediencia de la fe” (Rm 1,5; 15,18). Ser creyente es fiarse de Dios, es decir, ponerse en sus manos, a su disposición. Eso fue Jesús para con el Padre; fue el “super-creyente”: “llevo tu ley en mis entrañas” (Salmo 40,9); y a esa fidelidad y comunión quiso reconducir al pueblo de la alianza, purificándolo de sus desviaciones como purifican el fuego y la lejía.
Naturalmente esa función purificadora no a todos resultó grata; el fuego quema y la lejía escuece. De ahí las palabras de Simeón: este Jesús purificador será bandera discutida, causa de que muchos se levanten, pero también de que otros caigan definitivamente, endurecidos en su desobediencia. Y es entonces cuando surge una especie de sustitución: los paganos optan por “la obediencia de la fe”. Así Jesús, como lo celebra Simeón, es luz para las naciones y ¡cómo no!, gloria de su pueblo.
Todos nosotros somos llamados a dejarnos iluminar por esa luz y a vivir “presentados al Padre”, en una disponibilidad inspirada en la de Jesús.
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf