Comentario al Evangelio del viernes, 20 de octubre de 2023
Virginia Fernandez
“Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, ni nada escondido que no llegue a saberse”. Luc 12, 2. Nada escapa al conocimiento de Dios. Como dice el salmista, “Tu me sondeas y me conoces”. Hace tiempo decíamos algo así como que Dios lo conoce y lo ve todo, lo pasado, lo presente y lo futuro y hasta los más ocultos pensamientos.
Así lo aceptábamos, sin más, aunque con alguna extrañeza, pensando, (con una idea demasiado antropomórfica y absurda) que Dios que está tan por encima, que es la suma trascendencia, tenía cosas mejores que hacer que observar el vuelo de los pájaros o la caída de nuestros cabellos.
A mi, ahora que la tecnología, las redes, internet y este mismo ordenador tan inofensivo aparentemente, me tienen vigilada y basta que hable de comprar una silla para que me persigan los anuncios y ofertas de sillas, me tranquiliza mucho saber que el Señor también lo sabe y mucho más y mucho más al fondo que cualquier inteligencia artificial o algoritmo o lo que quiera que sea.
No tengáis miedo. Lo único que hay que temer es a Aquel que tiene poder para arrojar al infierno dice Jesús. Temer al único que tiene poder, puede interpretarse como temor de Dios. Que más que temer a Dios significa temer alejarse de Él, separarse, huir de su presencia… O perder la esperanza cuando nos abruma la culpa.
En el mismo pasaje del texto lucano, Jesus nos explica que la mirada de Dios sobre nosotros, los humanos es una mirada que nos otorga valor: si conoce cada pájaro en su vuelo, cada uno de nosotros vale mucho más que muchos pájaros. Tenemos su promesa de que nada podrá separarnos de su amor (Romanos 8:38-39). Tenemos su promesa de que nunca nos dejará o desamparará (Hebreos 13:5). Nada podrá separarnos del amor de Cristo.
El Salmo responsorial en la liturgia de la Palabra de hoy nos libera del miedo: Dichoso el que está absuelto de su culpa/a quien le han sepultado sus pecados/dichoso el hombre a quien el Señor/no le apuntó el deliro/y en cuyo espíritu no hay engaño. Había pecado, lo reconocíno te encubrí mi delito;/propuse: “Confesaré al Señor mi culpa”/y tú perdonaste mi culpa y mi pecado./Alegráos, justos, y gozad con el Señor;/ aclamadlo los de corazón sincero.
Virginia Fernandez