Comentario al Evangelio del viernes, 21 de julio de 2023
Fernando Torres cmf
El evangelio de hoy nos trae uno de tantos choques como parece que se produjeron entre Jesús y los fariseos. Estos andaban muy preocupados con el cumplimiento de las normas. Lo hacían con toda la buena voluntad del mundo. Para ellos la fidelidad en el cumplimiento de hasta la más mínima de las normas y leyes del judaísmo era señal práctica y concreta de su fidelidad a Dios. Pero esa observancia tenía una consecuencia negativa: al final todas las normas tenían el mismo nivel, la misma importancia. Para entendernos en el lenguaje más de la iglesia católica, el quebrantamiento de cualquier norma, por pequeña que fuese, era siempre pecado mortal. Significa ser infiel a Dios.
Por eso, los fariseos critican a los discípulos. Al coger las espigas porque tenían hambre estaban quebrantando la ley del sábado. Estaban siendo infieles a Dios. Es una queja y crítica lógica desde su perspectiva. Esperan de Jesús que ordene a sus discípulos que paren de hacer lo que hacen y que se comporten como debe comportarse un judío: cumpliendo todas las normas.
Pero Jesús se coloca en otra perspectiva. En este mundo hay muchas normas. Pero no todas tienen la misma importancia. A veces, hay normas que chocan unas con otras. Jesús tiene claro que hay una jerarquía. Y el punto más alto de la jerarquía es el bien de la persona humana. Antes que cumplir la norma del sábado, hay que dar de comer al hambriento. Así de sencillo.
El Dios de Jesús es Dios de misericordia. Se preocupa por el bien de sus hijos e hijas. No quiere sus sacrificios. No quiere que se humillen. Quiere que vivan de acuerdo con su dignidad de hijos e hijas de Dios. Antes que ser adorado y alabado, prefiere que sacien su hambre. Porque como decía ya en el siglo II San Ireneo: “la gloria de Dios es que el hombre viva”. Por esa razón, Jesús puede decir que el Hijo del Hombre es señor del sábado y tiene autoridad para poner todas las normas al servicio del bien de la persona.