Comentario al Evangelio del viernes, 23 de junio de 2023
José M. Vegas cmf
Lo que de verdad nos salva
Hubo tiempos en los que lo más determinante en la identidad personal era el título de procedencia geográfica y familiar: ser ateniense o espartano, ciudadano de Roma o bárbaro, noble o plebeyo… Pese a los muchos cambios culturales ocurridos a lo largo de los siglos, estos títulos siguen teniendo su fuerza. En España existían expresiones como “cristiano viejo”, o, hasta hace bien poco, “pureza de sangre”; y en todos los países existen expresiones equivalentes a ese “ser de pura cepa” que seguimos usando hoy. De hecho, en una especie de involución difícil de justificar, existen en nuestros días ciertos nacionalismos que están llevando este rasgo del origen nacional y lingüístico a extremos que llegan hasta el fanatismo.
Pablo exhibe sus títulos de procedencia, pero para quitarles todo valor. No es eso lo que nos garantiza la salvación. Existen otros títulos que deberían en principio pesar mucho más: son los méritos adquiridos por el propio esfuerzo. Es algo que nuestra sociedad de la eficacia y el individualismo valora de manera especial. No cabe duda de que, si la procedencia nos marca (poco o mucho), más decisivo es lo que conseguimos por nosotros mismos. Pablo recuerda a sus críticos que, también en este capítulo, tiene motivos para presumir. Pero, de nuevo, señala la insuficiencia de estos méritos de cara a la salvación. De ahí su postrera alusión a su debilidad. Pablo está aludiendo a la gracia de Dios, lo único que nos salva.
No somos esclavos de nuestro pasado o de nuestras raíces, aunque ahí esté la base sobre la que construimos nuestra vida. Pero nuestros méritos personales tampoco nos sirven para “comprar” la salvación. Estos méritos, en forma de trabajos y buenas obras, tienen valor, pero sólo como la respuesta agradecida al don que Dios nos ha hecho gratuitamente en Cristo Jesús. Él es nuestra riqueza, de él debemos hacernos ricos. Siguiendo a Cristo, tratando de vivir de manera conforme a su Palabra, atesoramos riquezas que ni se echan a perder ni nadie nos puede robar. Se trata de tesoros “en el cielo”, pero que ya operan aquí en la tierra, en forma de luz y sabiduría para ver y discernir (elegir y realizar) valores y dimensiones que, sin esa luz del Evangelio, permanecen escondidos y en la oscuridad.
José M. Vegas cmf