Comentario al Evangelio del viernes, 27 de agosto de 2021
CR
Queridos amigos:
Hay cosas que quizá no podemos prever y menos aún controlar, como ciertas catástrofes de la naturaleza; nos sobrevienen, son ajenas a nuestra voluntad. Hay otras cosas que podemos prever, pero no controlar: no dependen de nosotros la salida y la puesta del sol ni el cambio de las estaciones. Hay una tercera categoría: las que podemos prever y, siendo previsores, controlar hasta cierto punto. En España estamos todavía en verano, época en que proliferan los incendios forestales.
Podemos reducir ese riesgo o al menos el impacto del incendio si durante el año se limpian de matorrales los bosques y se abren buenos cortafuegos, y si durante el periodo veraniego se intensifica la vigilancia y se dispone de buen instrumental manejado por equipos adiestrados.
Seríamos necios si no tomáramos medidas propias de la gente previsora y, llevados de la inconsciencia y de la desgana, lo dejáramos todo al albur de las circunstancias. No tenemos un telemando que, casi por arte de magia, las cambie a conveniencia lo mismo que cambiamos de cadena de TV; pero sí tenemos cierto margen de maniobra para que los sucesos no nos pillen ni distraídos ni desprotegidos.
La parábola de las diez doncellas recordaba a los cristianos de las primeras generaciones y nos recuerda a los de toda generación que la venida del Señor es cierta, aunque desconocemos el momento. Pero si en todo momento cumplimos la voluntad de Dios, poco importa esa ignorancia. Nuestra forma de vivir la convierte en una docta ignorancia: sabe lo que no puede prever ni controlar y sabe la norma que debe seguir en toda circunstancia para no ser sorprendida con la lámpara apagada y la alcuza sin aceite.