Comentario al Evangelio del Viernes 28 de Febrero de 2025
Durante mucho tiempo en la iglesia se ha aplicado el derecho, la norma fija y estable. Así hemos llegado a tener un Código de Derecho Canónico que tiene 1752 cánones o normas. Y en cada diócesis hay especialistas en derecho (los llamamos “canonistas”) para que todo se haga según la norma. El derecho tiene la ventaja de que lo fundamental consiste en cumplir la norma. Pero el derecho tiene el problema de que se queda en el cumplimiento externo de la norma. Tiene dificultad para llegar al corazón.
A veces, da la impresión de que con tanto derecho, en la iglesia se nos ha olvidado un poco la misericordia. A veces, el derecho recoge con toda radicalidad lo que expresó Jesús e intentó e intenta vivir la iglesia desde su nacimiento. Pero al derecho le resulta difícil expresar y hacer ley y norma de la misericordia. Y a veces, da la impresión de que se nos olvida que el corazón de Dios es corazón de Padre y que en él “la misericordia triunfa sobre el juicio” (Sant. 2,13).
Hoy se presenta en el evangelio el tema del matrimonio y el divorcio (o repudio, como dice el texto). Jesús hace una llamada al origen. Es una llamada a la radicalidad. El amor entre hombre y mujer, para ser auténtico, no puede ser más que para siempre y para todo, como decía un profesor mío. A esa radicalidad están llamados los matrimonios. Porque si el amor es de verdad no puede ser de otra manera: para siempre y para todo. Sin límites, sin barreras.
Pero la verdad es también que no siempre conseguimos llegar a esa radicalidad. Hombres y mujeres somos limitados, tenemos unas circunstancias concretas. La vida a veces nos mete en pruebas difíciles de donde no nos resulta fácil encontrar la salida. A veces, tantas, con toda la buena voluntad del mundo por parte de los dos, el conflicto estalla y no hay otra solución que romper el acuerdo, que buscar una salida lo más pacífica posible, que siempre será mejor que el conflicto eterno. No siempre podemos alcanzar el ideal pero eso no supone el fin de la vida. Hay que levantarse, volver a intentarlo. Dios Padre, y la Iglesia, nos seguirá abrazando con su misericordia sin dejarse llevar por el juicio que condena y mata.
Fernando Torres, cmf