Comentario al Evangelio del viernes, 29 de marzo de 2024
Fernando Torres, cmf
Hoy toca el relato de la pasión de Jesús. Pasión habla de sufrimiento y dolor. La Pasión de Jesús es la historia de sus últimos momentos. Su muerte es una muerte provocada por los demás. Es una ejecución antecedida de la tortura porque no de otro modo se puede llamar a los 40 azotes y a los golpes y burlas recibidos de los soldados romanos. Es una ejecución precedida por un juicio manipulado y amañado en el que la sentencia estaba escrita previamente.
Pasión tiene otro significado. Una gran pasión es un gran amor. Un amor porque el que se da todo, sin medida, sin límites. El que vive una pasión así se ciega frente a todo lo demás, frente a las razones y al sentido común que aconsejarían vivir de otra manera. Jesús habría podido huir, escapar. Pero fue coherente, como no podía ser de otra manera cuando se vive una pasión de verdad, con su pasión más profunda y verdadera: el amor al Padre y la fidelidad a la misión recibida: ser testigo del amor de Dios en este mundo.
Pero está pasión de amor no quita dureza a la pasión vivida en el dolor de esos últimos momentos de la vida de Jesús. Los azotes rasgaron su piel. Los clavos atravesaron su carne. Y su muerte se produjo en medio de la angustia del ahogo provocado por la cruz. En esa situación asumió su propia muerte. Con la única arma de su confianza en Dios, en su Padre. Todo lo demás se había caído, había desaparecido. Sus amigos lo negaron y abandonaron. Estaba solo ante la negrura más oscura que se pueda imaginar. Hasta sentir el abandono de Dios mismo –“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?–. Debe ser difícil mantener en esa situación la confianza. Pero él lo hizo. Porque su pasión, la otra, la de la fidelidad a Dios Padre, fue más fuerte.
Hoy es tiempo para contemplar en silencio estas dos pasiones de Jesús. No fue un momento fácil para él. No deberíamos intentar llenarlo de palabras. Simplemente, permanecer en silencio y levantar la vista hasta encontrarnos con la imagen del Crucificado. Nada más.