Comentario al Evangelio del viernes, 5 de enero de 2024
Fernando Torres, cmf
Podríamos decir que hoy es el día de los prejuicios rotos. Felipe se ha encontrado con Jesús y éste le invita a seguirle. Felipe no tiene problemas. Se va con Jesús y más tarde se encuentra con Natanael y le dice que se ha encontrado con el Mesías y que es Jesús, hijo de José de Nazaret. Y ahí empiezan los problemas. Nazaret es un pequeño pueblo situado en Galilea. Y Galilea era una zona marginal de Judea. Era una zona con mucha mezcla de población. Sus habitantes no eran judíos puros. No eran como los de Jerusalén, habitantes del centro. Es la vieja historia del desprecio del centro hacia los márgenes. Los que se consideran así mismos los buenos y miran a los otros de arriba abajo. Por eso, la respuesta de Natanael: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?”. De Nazaret no podía salir nada bueno. Y mucho menos el Mesías.
Natanael vive con sus prejuicios. No le hace falta ni encontrarse con las personas ni visitar y conocer los pueblos, los paisajes, la gente. Él ya sabe todo, ya conoce todo. Por eso, tiene las ideas claras y distintas. El Mesías no puede salir de Nazaret. Es una cuestión de principios. Y menos de una familia pobre. Lo suyo sería que naciese en el seno de una familia prominente de Jerusalén, mejor si fuese una familia sacerdotal o levítica. ¡Menos mal que parece que Felipe no le contó el nacimiento de Jesús en una cuadra! Ya se hubiera cerrado en redondo.
Menos mal que le pudo la curiosidad. Y se acercó a Jesús. Y su vida cambió. No debió ser fácil romper definitivamente con los prejuicios. Seguro que le seguirían asaltando durante mucho tiempo. Pero encontrarse con Jesús le transformó la vida. Valió la pena dejar atrás los prejuicios.
Hoy se nos hace a nosotros una invitación parecida. Oímos la voz que nos dice “ven y verás”. Y, si somos capaces de dejar atrás los prejuicios, lo ya sabido, lo que damos como seguro, seremos capaces de encontrarnos con Jesús, siempre sorprendente, siempre capaz de sacarnos de la zona de confort en que nos movemos habitualmente, para invitarnos a participar en la construcción del Reino, para vivir al servicio de la fraternidad, de la justicia, para situarnos cerca de los pobres. Porque todo eso es seguir a Jesús.