Comentario al Evangelio del viernes de la IV Semana de Pascua
Camino, verdad y vida
La Palabra de Dios da hoy un giro en el camino pascual (en realidad lo dio en las lecturas del jueves que no hemos leído por la fiesta de san Marcos). Hasta ahora hemos estado contemplando las presencias del Resucitado (en la comunidad de sus discípulos, en la Eucaristía, en los Pastores), y no solo contemplando, sino reproduciendo en nuestra propia vida la experiencia de encuentro con él. Afincados en nuestro presente histórico hemos estado mirando hacia atrás, hacia esos intensos momentos en los que los discípulos, tras la traumática experiencia de la muerte en cruz, experimentaron la certeza de que estaba vivo. Hemos mirado atrás, para asimilar hoy y hacer nuestra esa misma experiencia.
Ahora se nos invita a mirar hacia adelante. Usando los densos discursos de despedida de Jesús en la última cena, la Palabra dirige nuestra mirada a la próxima Ascensión del Señor, que pondrá punto final a esa etapa tan intensa y abrirá el tiempo de la misión. Se trata también de una despedida, aunque de distinto carácter. Más que de una despedida por una próxima desaparición, se trata de un envío, el comienzo de un camino en el que se dará una nueva forma de presencia, basada, claro está, en la experiencia fundamental de la Pascua. Por eso el corazón de los discípulos no debe turbarse, sino mantenerse en calma: Jesús no nos deja, sino que nos acompaña de un modo nuevo. Ese camino es precisamente el de la misión universal. Es un camino que tiene una meta bien definida: la plena comunión con Dios en Cristo. Esa comunión no es un nirvana impersonal, en ella seremos plenamente nosotros mismos, de ahí la alusión a la muchas moradas de la casa del Padre: no sólo hay morada para todos, sino que hay toda clase de moradas. Pero, de momento, tenemos que hacernos al camino, que, ya lo hemos dicho, es el mismo Cristo.
Ese camino, el tiempo de la misión, es lo que estamos considerando desde el principio de la Pascua en la lectura continua de los Hechos de los Apóstoles, una especie de “quinto Evangelio”, el de su transmisión a todo el mundo. Pablo, siguiendo el mandato de Jesús (ser testigos en Jerusalén, Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra: Hch 1, 8) empieza su predicación por los más cercanos, por los judíos, presentando a Jesús como aquel en el que se cumplen las antiguas promesas, el objeto de su esperanza. Esta síntesis de continuidad y novedad indica un rasgo esencial del anuncio evangélico: partir de las más profundas y auténticas expectativas humanas (partiendo del contexto cultural en que nos encontremos), para presentar con claridad, sin miedos y sin complejos, a Jesús como el único que puede responderlas plenamente: él es la verdad de nuestra vida, la vida en plenitud, el camino que conduce a ella.
Cordialmente,
José María Vegas CMF